Bitácora de Sergio Casado

martes, 4 de octubre de 2011



Arranca la semana en la que intento poner orden. No creo que lo logre en gran medida. De momento, rematando libros poco a poco. Todo poco a poco, que no puede ser de otra manera. Se sigue alargando el buen tiempo, y hoy terminé “Cuentos de San Cayetano”, de José Antonio Labordeta. Parece mentira que haya pasado un año sin su luz, la más brillante que teníamos en esta tierra aragonesa. Sin él, ¿quién es el relevo, el referente? ¿Hacia dónde vamos? ¿Dónde mirar? Mientras no haya luz, mientras sigamos en el apagón de su pérdida, nos queda ir recuperando sus libros, sus canciones y aprender de él. Recuerdo apuntar, a raíz de la lectura de “Regular, gracias a Dios”, que Labordeta decía haber pasado de la clandestinidad al desasosiego de sus últimos años. Me ha hecho sonreír varias veces leyendo esos “Cuentos de San Cayetano”, de adolescentes y onanismo, de la gris Zaragoza franquista, del velatorio de un obispo, de sábados de cine, de amistad. Quiero recordarme a mí mismo no olvidar a Labordeta. Tenerle presente a cada momento, su manera de vivir, su dignidad.


Y con el denso olor del incienso y el embrujo de los sombríos rincones de la iglesia donde reposan las cenizas de Don Juan de Lanuza, los compañeros entran con cara de compungidos y, sentados bajo el púlpito, el director espiritual del Central, un viejo cura de ilustres inopias, les acusa con el dedo índice y les dice:
- ¡Arrepentíos, impuros, impúdicos, viciosos! Un día una mano peluda – y hace un gesto hosco alargando el brazo y girando la mano- os sacará las entrañas si antes no os han salido por las narices los sesos exprimidos de tanto vicio.”
(de “Cuentos de San Cayetano”, José Antonio Labordeta)

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