Bitácora de Sergio Casado

lunes, 13 de julio de 2015

Pensamientos bajo un roble. Un sueño.

Cerca, muy cerca, el libro de Whitman, que pide permanentemente acercarse a él. Lo abres, y rápidamente surge la lectura buena, sencilla, el hombre limpio de podredumbres. El hombre libre.

"2 de junio. Éste es el cuarto día de una oscura tormenta del nordeste, con viento y lluvia. Anteayer fue mi cumpleaños. Acabo de entrar en mi sexagésimo cumpleaños. Cada día de la tormenta, protegido por chanclos y una manta impermeable, bajo regularmente hasta el estanque y me resguardo junto al tronco del gran roble; desde aquí escribo ahora estas líneas. Las nubes de color humo oscuro corren en furioso silencio a lo largo del cielo; las hojas de suave color verde penden a mi alrededor; el viento mantiene de modo constante su ronca melodía sobre mi cabeza: es el poderoso murmullo de la naturaleza. Sentado aquí, a solas, he estado reflexionando sobre mi vida; relacionando acontecimientos, fechas, como eslabones de una cadena, ni alegre ni tristemente, sino en cierto modo, hoy, bajo el roble, con un insólito espíritu positivista.
Pero mi gran roble..., recio, vital, verde, de cinco pies de espesor en la base... Paso grandes ratos sentado junto a él o bajo el mismo. Y también está cercano el tulipero, el Apolo de los bosques, esbelto y gracioso pero fuerte y que produce la impresión de que, en su vital belleza, podría caminar si se lo propusiera. (El otro día tuve una especie de ensueño en que vi a mis árboles favoritos caminando y paseándose de aquí para allá, de modo muy curioso... Uno me susurraba, inclinándose hacia mí al pasar a mi lado: "Hacemos todo esto, por esta vez, y de modo excepcional, solamente para ti".)"
("Pensamientos bajo un roble. Un sueño.", Walt Whitman)

miércoles, 27 de mayo de 2015

Un herido abandonado durante cincuenta horas en el campo de batalla

Los indeseables, los heridos, los enfermos, los desempleados, los desahuciados... Los que les desaniman, les dan la espalda o les ignoran. El que aparece de repente, y anima, con un escrito, con unas palabras, con una voz. Maravilloso Walt Whitman, que cayó en mis manos en estos días.

"He aquí un caso de un soldado a quien he encontrado entre los catres repletos de la oficina de Patentes. Le gusta tener a alguien con quien hablar, de modo que le escucho. Fue gravemente herido en una pierna y en un costado en Fredericksburgh en el curso del tremendo sábado, 1 de diciembre. Allí yació dos días y noches siguientes, en el campo, sin ayuda, entre la ciudad y esas sombrías plataformas de las baterías; su compañía y regimiento se vieron obligados a dejarlo abandonado a su suerte. Para empeorar las cosas, quedó con la cabeza hacia abajo en un declive del terreno, imposibilitado para cambiar de posición. Al cabo de unas cincuenta horas fue recogido, junto con los otros heridos, bajo la bandera de tregua. Le pregunté como le habían tratado los rebeldes durante esos dos días con sus noches sin hacer nada por él. ¿Se acercaron? ¿Lo maltrataron? Contestó que varios de los rebeldes, soldados y civiles, llegaron hasta él en diversas ocasiones. Un par de ellos, que iban juntos, le hablaron con dureza y sarcasmo, pero nada más. Sin embargo, un hombre de mediana edad, que parecía rondar por el campo entre muertos y heridos con propósitos benéficos, se dirigió a él de un modo que jamás olvidaría; trató a nuestro soldado con amabilidad, le vendó las heridas, lo animó, le dio un par de bizcochos y un trago de whisky con agua; le preguntó si podía comer un poco de carne de vaca. De todos modos este buen secesionista no cambió de postura a nuestro soldado, pues podría haberle provocado hemorragias en las heridas, donde la sangre había coagulado. Nuestro soldado es de Pensilvania; ha pasado un trance muy duro. Las heridas han resultado ser de lo peor. Pero conserva el buen humor y en la actualidad mejora. (No es extraño que un soldado permanezca así, en el campo de batalla, uno, dos o incluso cuatro o cinco días.)"
("Un herido abandonado durante cincuenta horas en el campo de batalla", Walt Whitman)

viernes, 22 de mayo de 2015

Voces de Juan Diego Botto

En la comisaría me preguntaron cosas que no entendí y me metieron en una cárcel. A la mañana siguiente alguien me sacó y me presentó a un señor: “Este es su abogado”, me dijo. El abogado me preguntó mi nombre y entramos en otra sala. Allí un juez dijo cosas que yo no entendí y al final otro policía me cogió y me llevó a una furgoneta. De allí me llevaron a otra cárcel, una especial que tienen aquí para los que no tenemos los papeles”.
(Juan Diego Botto, “Invisibles. Voces de Un trozo invisible de este mundo”)


Arranco la escritura desde la palabra clave que me ubica, Indeseable, título del poema de José Emilio Pacheco, desde sus últimos versos, que se han hecho ahora míos: “(...) Me desemplearon hoy y para siempre./ Carezco por completo de influencias./ Llevo aquí en este mundo largo tiempo./ Y nuestros amos dicen que ya es hora/ de callarme y hundirme en la basura.”

Enlazan los desempleados, los desahuciados, los desaparecidos en los océanos, con los que se expresan en nuestra misma lengua, con los Olvidados de Buñuel, con los Destartalados de Elena Poniatowska.

Pacheco, Buñuel o Poniatowska habitan en Antígona, Cálamo, Portadores de Sueños, librerías-tesoro de Zaragoza. También, cuando no las cierran, en las Bibliotecas Públicas. Allí pueden encontrarse Invisibles, de Juan Diego Botto, voces de Lorca, Paco Urondo o Samba Martine, para revivirlas mediante el proceso que desembocó en la representación: Un trozo invisible de este mundo.

Ahora se encarnarán en el trabajo de estos actores, como espíritus en el aire, en el lugar mágico donde Botto ya encarnó a Hamlet, el que averiguó la verdad gracias a un fantasma. Ese lugar es el Teatro Principal de Zaragoza, donde habitan cotidianamente héroes y villanos, donde el creador de la obra decide quien forma parte de la representación y de que modo.

Es Un lugar en el mundo, que Botto hace visible a su manera, invitando así, como señala, a no dar la espalda a los invisibles. De sus voces surge el Botto autor, que las hace suyas en su propia voz, dirigido en el escenario por Sergio Peris-Mencheta. Si Godard dijo que un cine barato es un cine libre, Mencheta sigue ese mismo juego en el teatro, pidiendo al espectador que sea pensante, que imagine.

Me encontré con el actor en la madrileña plaza de Ramales, y le acompañé hasta el portal de su lugar de trabajo. Ahora, me dice, ya no es el novato de La Celestina. Se fue haciendo con películas importantes para él, como Martín (Hache) e Historias del Kronen. Montxo Armendáriz lo vio, lo ve así: “lo conocí con 19 años y recuerdo que cuando su madre, Cristina Rota, me preguntó durante el rodaje de Historias del Kronen qué tal lo estaba haciendo, le respondí que no sólo estaba encantado con su interpretación, sino que con independencia de cómo funcionase la película, le podía asegurar que Juan tendría un brillante futuro como actor. Me alegra constatar que no me equivoqué y que, además, también se ha convertido en un magnífico escritor de teatro. Hemos trabajado juntos en otros proyectos (Silencio Roto, Obaba) y siempre será un actor que estará presente en mis películas si hay un papel adecuado a su edad. Además, es una persona a la que admiro y valoro por su integridad y por su compromiso con la realidad, algo que enriquece todavía más su reconocimiento profesional.”

La voz telefónica de Botto viene y se va: “La voz fisica surge de los recursos expresivos; con 19 años estaba sin hacer. Empecé a encontrarme con 28 o 29 años... ... La satisfacción plena sólo corresponde a los necios. Decidí escribir, ser capaz de contar las cosas como a mi me satisfacía." ¿Cómo arranca la escritura? "... En 2004 mi primo vivía conmigo. No tenía trabajo. Era una manera de convencerlo para que siguiera en Madrid. A partir de ahí me puse a escribir."

En 2004, también, Botto interpreta el mismo papel que Sacristán en el cine. Se cruza quizá consigo mismo, no sólo en la ficción. Sacristán nos lo decía en Zaragoza, hace poco tiempo, en medio de este suicidio cultural del que hablaba José Luis Gómez: “Hemos alimentado al monstruo y ahora nos tiene cogidos por los huevos”. Se lo cuento a Botto, y me dice que ese monstruo no es invencible, que tiene muchas ganas de venir a Zaragoza con la obra. Había recibido muchas peticiones a través de redes sociales. Hay que pelear: lo haremos con su libro o con la obra encarnada en el Teatro Principal.


(escrito originalmente para "Artes y Letras" de Heraldo de Aragón 21 Mayo 2015. No publicado.)

jueves, 18 de diciembre de 2014

Últimos días del año, el deseo de independencia en el trabajo, en un nuevo libro. ¿Renunciar al sueño y volver poco a poco a lo real? ¿O seguir hasta los confines de lo posible? Esa es la decisión.

"Hay un antiguo adagio atribuido a Platón que divide en tres escalas de valores a los seres humanos: los vivos, los muertos y los navegantes. Es una apreciación excesiva, pero no seré yo quien desmienta al que la acuñó, como tampoco diré nada en contra de la extremada sentencia de Plutarco: "Navegar es necesario, vivir no lo es", tan aprovechada luego por los divulgadores del pensamiento romántico. Lo digo porque todo aquel que decide, ya sea en un repente fervoroso o después de una meditada elección, mantener unas relaciones más o menos estables con la mar, tiende también a desentenderse de ciertas pautas convencionales de la vida cotidiana."
("Del mar y la memoria", José Manuel Caballero Bonald)

lunes, 3 de noviembre de 2014

El árbol


Es posible guardar un breve instante para resistirnos a la fugacidad. Recogemos una hoja de los árboles del otoño y la guardamos en un libro. Recogemos el libro en un armario y meses después nos lo encontramos. El libro, que encontré en ese rincón mágico de Zaragoza que es Libros del Rescate, es extremadamente placentero al tacto, en la cubierta de papel rojo con el título: "Jardín de la memoria". Al abrirlo los poemas nos invaden. Nos acercamos a uno, a otro, a uno enfrentado al otro en páginas consecutivas. El otoño amenaza y la intemperie puede ser total. Un país descompuesto, con la putrefacción de una sociedad enferma que ojalá despierte. Pero la buena compañía, el rincón acogedor, los afectos y los buenos libros nos ayudarán. José Antonio Labordeta es eterno, infinito en su Parque Grande, y dentro de ese parque, en su Jardín de la memoria.


"Permanece en silencio, solitario, 
en mitad de la plaza
como un pájaro olvidado
o quizás como una nube amaestrada
por vientos tramontanos.
No es ni sombra ni cobijo
de pájaros urbanos. No es, apenas,
el pudor de la tierra
izándose desde la tierra misma
hacia los cielos. Es, tan solo,
un árbol ciudadano
bajo de mi ventana, más próximo al cemento
que a las grandes praderas
donde están sus hermanos
asentados. Tiene la palidez
de un empleado de banco y la turbia
timidez de los abandonados. Tan sólo
cuando pierde las hojas
recuerdo que es un árbol y lo amo."
("El árbol", José Antonio Labordeta)

jueves, 18 de septiembre de 2014

Un libro

¿Y qué hacemos, cuatro años después, sin José Antonio Labordeta? Muy poco. La risa. Atrincherados mientras la desazón se apodera de nosotros, en el Aragón del olvido, de la ignorancia; Aragón aplastado, envilecido, entontecido, dormido. Queda leer a Labordeta; sus libros, todos los libros, son el fortín. Allí resistiremos.  Allí hay que esperar el despertar.

Guarda las más bellas notas
del sublime concierto de la vida.
Lo abres,
lo cierras
y toda la plenitud
de un hombre solitario
te acompaña
bajo los árboles dorados
del otoño."
("Un libro", José Antonio Labordeta)

miércoles, 30 de julio de 2014

Lo minúsculo

El libro, la escritura, como viaje. La lectura de "Micromemoria", de Miguel Mena, hace unos meses, es un vuelo ligero que te lleva a contemplar lo minúsculo, lo muy pequeñito, a la síntesis del recuerdo, de lo vivido, real o ya puro sueño. Y surge de repente lo casual. Me encuentro una tarde a Mena junto a la plaza del Pilar y le comento ese microrecuerdo, el de un concierto de Franco Battiato en Zaragoza en 1986 en el que yo no estuve. Pero soy el puente a una grabación de alguien del pasado, que salva ese sonido, ese microsonido, ese puñado de canciones, que quedan en una cápsula, como un residuo, como un fósil de la música y la voz de Battiato, del joven locutor Mena. Como guiño a lo casual, a lo raro, a lo que nos sorprende, a lo escondido, le dejo una grabación en CD en Radio Zaragoza. Mena vuelve a Mena. Se reencuentra consigo mismo, con su voz.
A los pocos días me telefonea, me agradece la grabación, ese microsonido, esa micromemoria atrapada en la tela de araña y me dice que junto a otros compañeros, escuchándola, casi treinta años después, le decían que la voz era la misma, que no había cambiado. ¿Será que Mena es el mismo Mena? ¿Somos los mismos? No lo sé. Somos apenas esa micro, muy micromemoria.

"Recuerdo a Franco Battiato hablando en italiano con Sandro D´Angeli y yo en medio de ambos, en el centro de gravedad permanente, disfrutando de aquella conversación que sonaba a música cálida y envolvente."
(de "Micromemoria", Miguel Mena)