Bitácora de Sergio Casado

sábado, 28 de diciembre de 2013

El vagabundo

Termina el año y rescato un poema de Stevenson, "El vagabundo". Encontré dos traducciones durante los meses pasados, y leyéndolas, buscando el original de Stevenson, intenté crear mi propia traducción. Traducir es, de algún modo, fracasar estrepitosamente ante el original, pero a mí me sirve de tatuaje, de marca en el camino, de estos meses, de lo que es mi búsqueda. Es también un recuerdo, y como no, la invitación constante para descubrir y redescubrir a Stevenson, para tenerlo también siempre presente, como a Slocum. Con este poema me despido de 2013, antes de adentrarnos en ese banco de niebla que es el nuevo año. No nos rendimos ante el otoño y el plan es no rendirse ante el invierno.


Dadme la vida que quiero
Y el resto os lo regalo.
Dadme la alegría del cielo en lo alto
Y cerca el camino apartado.
Dormir en el monte para ver el firmamento
Comer mientras cruzo el río -
Allí está la vida para un hombre como yo
Siempre será esa mi vida.

Tarde o temprano estalla la tormenta
Que caiga sobre mí.
La tierra me rodea,
Y ante mí el camino.
Riqueza no busco, ni amor ni esperanza,
Ni que me acompañe un amigo.
Todo lo que busco, el cielo en lo alto
Y a mis pies el camino.

Dejad que caiga el otoño
Allí donde me he distraído
Callará el pájaro del árbol
Y mis dedos quedarán amoratados
Blanca como la harina la campiña helada -
Cálido el refugio junto al fuego -
No me rendiré al otoño,
¡Ni me rendiré al invierno!

Tarde o temprano estalla la tormenta
Que caiga sobre mí.
La tierra me rodea,
Y ante mí el camino.
Riqueza no busco, ni amor ni esperanza,
Ni que me acompañe un amigo.
Todo lo que busco, el cielo en lo alto
Y a mis pies el camino.
("El vagabundo", Robert Louis Stevenson. Trad. Sergio Casado, 2013)










viernes, 13 de diciembre de 2013

Intentando con alguna pequeña lectura ser un poco menos analfabeto, sigo avanzando con Orwell. Tras leer "Recuerdos de la guerra de España" y "Sin blanca en París y Londres", formidables, sigo la recomendación de mi hermano y E. me presta "Rebelión en la granja". El libro es, sencillamente, de los mejores que he leído nunca. Va directo al grano. No falta nada. No sobra nada. Aterrador. Actual, como esta Europa que vuelve a las andadas de la Hipocresía permanente. Como nuestra "neolengua" de diga ajustes no diga recortes. No viene mal esa lectura. Me agarro a eso y a empezar el trabajo de un nuevo libro, sobre el poeta, crítico, cineasta, guionista, novelista, lúcido y bebedor, Manolo Marinero. Es una antología de sus escritos; he arrancado con fuerza, con muchas ganas, en un camino que estaba ahí llamando, permanentemente. Cualquier cosa para espantar a los fantasmas.

"Mientras tanto, la vida seguía siendo dura. El invierno era tan frío como el anterior, y la comida aún más escasa. Nuevamente fueron reducidas todas las raciones, exceptuando las de los cerdos y las de los perros. "Una igualdad demasiado rígida en las raciones - explicó Squealer -, sería contraria a los principios del Animalismo". De cualquier manera no tuvo dificultad en demostrar a los demás que, en realidad, no estaban faltos de comida, cualesquiera que fueran las apariencias. Ciertamente, fue necesario hacer un reajuste de las raciones (Squealer siempre mencionaba esto como "reajuste", nunca como "reducción"), ..."

(de "Rebelión en la granja", George Orwell) 

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Leer

En Madrid pasaron muchas cosas. Estuve unos días, viendo exposiciones de Chris Killip, Meliés, Magnum First, viendo alguna película, vagabundeando, tomando algún vino y charlando con H., N., y D. Y en una librería de segunda mano, casualmente, apareció "Un pueblecito. Riofrío de Ávila". Lo leí con placer en el tren de vuelta. Una vieja edición de Austral y un libro muy curioso, del que había oído hablar gracias a Borau (gracias doblemente a D.). Algunos fragmentos son de gran altura, especialmente en el epílogo final. Volveré a este libro, releeré algunas de sus partes más de una vez. Eso es seguro.

"... Lees mucho; mas la lectura -lo dijo Montaigne, nuestro amigo, hace mucho tiempo-, la lectura entristece. Al tío Cacharro le haces decir alguna vez: "Siempre está vuestra merced encerrado; otros señores se divierten, ya asistiendo al baile, ya jugando a la calva; y así se pasa el tiempo. Yo no sé cómo vuestra merced no se aburre. Tanto leer no puede ser bueno." Tú mismo lo conoces, y experimentas los efectos de la melancolía producida por la lectura. Tanto leer no puede ser bueno. ¿Pero qué vas a hacer si no lees? ¿Qué vamos a hacer -tú, yo y otros tantos- si no leemos a filósofos, poetas, literatos, autores de todo género y catadura? Leer: ése es nuestro sino."

(de "Un pueblecito. Riofrío de Ávila", Azorín)

domingo, 24 de noviembre de 2013

Nunca olvidaré un pase en el Pedro Cerbuna de la película "El sol del membrillo", de Víctor Erice. Antes de la proyección se nos hizo entrega de un pequeño librito que contenía un texto de Erice titulado "Cine y poesía". Aquel texto, precioso, que reflexionaba sobre el cine como revelación, quedó guardado entre mis libros, unido al recuerdo de aquella película, a la presencia del propio Erice, allí cerca. Y lo rescaté hace unas semanas porque mi amigo D. estaba interesado en leerlo. A raíz de aquello busqué otros textos de Erice, maravillándome con la sensibilidad en su escritura en pequeños ensayos o artículos dispersos. Y acabe leyendo por fin el guión de "La promesa de Shanghai", adaptación de Erice a un texto de Marsé, a la que el cineasta dedicó varios años de trabajo para acabar no pudiendo rodar la película. Otra de esas películas proscritas, que no consigue rodarse, o que no consigue ir más allá del trabajo en el guión, o que se hace pero apenas nadie la ve, o que se hace, se ve, pero pasa pronto al olvido. En realidad la mayoría de las películas, en su fugacidad, pasan pronto al olvido. A veces las olvidamos recién vistas. En otras ocasiones quedan como un buen o mal recuerdo, o quedan en aquella escena que nos inquieta, o quedan de cualquier otra manera. Erice se refería en aquel texto sobre la poesía y el cine a este último como revelación, al instante, el momento preciso en que vemos la película. Pura fugacidad. Todo pasa, y también el cine, que es la vida. Están hechos de la misma materia, que se destruye.
Afortunadamente, el guión de Erice se publicó, y lo encontré en la biblioteca del barrio. Una belleza, sin más. Leyéndolo tenía la sensación de estar ante una obra maestra. En momentos puntuales también sentí algún tipo de revelación, imaginando la película, las escenas. ¿Cómo hubieran resultado? Pero esta vez el cine adoptaba no la forma de imagen y sonido, sino la de la palabra escrita. Y tuve la sensación de que también era cine. Porque también tuve la sensación de la revelación, esa que se produce al cruzar el umbral del sueño.

CAPITÁN BLAY
Por allí se va al combate... y también a la dignidad.
/ Blay indica ahora el lado opuesto./
CAPITÁN BLAY
A este lado queda la vida regalada, el deshonor y la cobardía...”

(del guión cinematográfico “La promesa de Shanghai”, Víctor Erice)

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Más libros. Un parapeto. Una resistencia. Muchos fantasmas. Cansancio. Frío. Necesito tener más libros cerca, leerlos, hojearlos, refugiarme en ellos. Si uno desilusiona, buscar al otro, que está ahí cerca, en la pila, que ilusiona, que es verdadero. No todo pueden ser desilusiones en Villa Paletonia. Martillear para abrir ese hueco en el muro y ver el final de la intemperie. Si ésta tiene fin.

"... y la memoria evocaba algo que quizá no había existido nunca."

(de "Los espectros", Leonid Andreyev) 

martes, 19 de noviembre de 2013

Muros y Martillos

En medio de cierzos fríos, en la singladura de Julio Alejandro, encuentro un muro, como aquel de Roger Waters, como los que nos atenazan a diario, como la valla de África y Europa, como el mar cercarno a Lampedusa, como los vacíos y hastíos y oscuridades del otoño, como esa pared firme de corrupciones, chapapotes olvidados, televisiones absurdas y podridas, faros apagados y abandonados. Y frente a ese muro encuentro también un martillo, el que Labordeta proponía para derribarlos, un poema que es en sí mismo un pequeño martillito para guardar en nuestros cuadernos, en nuestras notas, para leerlo, releerlo y nunca dejar de pensar en tumbar los muros, para no dar la espalda a los que quedan/quedamos encerrados en ellos.

"Abiertas las ventanas.
No hay paisaje.
Un repetido muro
de sombras implacables.
Asustado pregunto:
¿Estoy mirando adentro
de mí mismo?
  ("El muro", Julio Alejandro) 

"Un martillo.
Para batir el aire
a golpes.
Ocultar el silencio
con el sonido leve de su grito
y luego abrir,
en la pared, un hueco
para mirar el final
de la intemperie."  ("Un martillo", José Antonio Labordeta)

sábado, 16 de noviembre de 2013

Ha estado todo el día lloviendo en Zaragoza. Releo a Orwell. Leo a Erice, en esa búsqueda de textos dispersos del cineasta. Vagabundeo sin salir de casa. Navego por internet. Leo aquí y allá. Envío algun correo electrónico. Recibo alguno. No me centro en nada. Leo varias cosas sobre Manolo Marinero. De Marinero a Walsh. De Walsh a Wayne. Sin rumbo fijo; por eso escribo pequeños artículos o releo párrafos y los copio o guardo, si me parecen luminosos.

... Era ese tipo de ropa que suelen llevar los vendedores de cordones de zapatos o los vagabundos. Una hora más tarde, en Lambeth, vi a un miserable que se me acercaba, pero al mirarlo más atentamente me di cuenta de que era mi propia imagen reflejada en una vitrina. En mi cara aparecía ya la suciedad. La suciedad respeta a las personas, te deja en paz cuando vas bien vestido, pero en cuanto no llevas cuello, se desparrama por todo el cuerpo.”
(de “Sin blanca en París y Londres”, George Orwell)


domingo, 10 de noviembre de 2013

Vagabundear

Vagabundear durante la semana entre libros, entre párrafos, entre poemas de Labordeta ante los naufragios de los barcos, con Andreyev y sus espectros, con Cendrars trotamundeando y Delibes en Castilla la Vieja. Gracias a las librerías de viejo y a las bibliotecas, de nuevo. ¿Qué hacer sin ellas? Nada. El ridículo. Menos mal que existen, y se va uno a la biblioteca del barrio y hojea poemas de Guinda o Sánchez-Ostiz, encuentra el guión no filmado por Erice, o los textos recopilados de Ángel Fernández-Santos, o a Orwell, sin blanca en París y Londres. Semanas así leyendo sin parar, como en los mejores viajes. Porque los libros son los mejores viajes. Libres y Libros.

"Por ejemplo, uno descubre el secreto que comporta la pobreza. De golpe uno se encuentra con que sus ingresos han quedado reducidos a seis francos diarios, pero naturalmente no se atreve a admitirlo y tiende a creer que sigue viviendo como hizo siempre. Ante todo se cae en una red de mentrias, pero ni con ellas se consigue anda. Dejas de mandar la ropa a la lavandería, te encuentras con la lavandera por la calle y te pregunta por qué; tú balbuceas algo, y la lavandera, convencida de que envías la ropa a otra parte, se convierte en enemiga tuya para el resto de tu vida. El estanquero te pregunta por qué has dejado de fumar. Hay cartas que quisieras contestar, pero no puedes porque los sellos son demasiado caros. Todos los días, a las horas de comer, uno sale de manera ostensible hacia el restaurante y se entretiene una hora en los jardines de Luxemburgo contemplando las palomas. Después llevas la comida a casa en los bolsillos. La comida se compone de pan y margarina, o pan y vino, y hasta su índole está condicionada por la mentira. Tienes que comprar pan de centeno en lugar de pan casero, porque los panecillos de centeno, aunque más caros, son redondos y caben más fácilmente en los bolsillos. ..."

(de "Sin blanca en París y Londres", George Orwell)

viernes, 1 de noviembre de 2013

Los maestros de David Trueba

Porque sólo la creación apasionada triunfa del olvido”
(Antonio Machado, “ Juan de Mairena”)



Madrid, 1987”, de David Trueba, pudo verse en Zaragoza gracias a la colaboración del Paraninfo de la Universidad en el verano de 2012. Nadie la había estrenado. Estábamos y seguimos estando metidos en una borrasca de cines cerrados, bibliotecas sin presupuesto para libros y profesores recortados. Los profesores siguen siendo nuestra esperanza y nuestra lucha en 2013 y ahora llega a las salas la que en principio pudo titularse “Almería, 1966” y finalmente ha resultado ser “Vivir es fácil con los ojos cerrados”, segunda película de una serie que Trueba define como trilogía de “personajes insignificantes en fechas no relevantes, para evidenciar mi idea de que las sociedades las cambian la gente común y no los nombres que pueblan los libros de historia”.

Un profesor de inglés encarnado por Javier Cámara emprende un viaje en su SEAT 850, en el año 1966, hacia Almería, con el deseo de conocer a John Lennon (que se encuentra allí rodando una película con Richard Lester), con cuyas canciones enseña inglés a sus alumnos. Fueron usados dos coches durante el rodaje y el de la ficción fue bautizado como "Alfredo", homenajeando al actor desaparecido: “Le puse de nombre Alfredo porque su cara me recordaba mucho a la de Landa, que murió justo al comenzar el rodaje; funcionaron de maravilla, aguantaron todo el rodaje, eran rocas y estábamos todos enamorados del coche. Fue mi idea de coche desde el principio porque lo tenía asociado a uno que tuvo uno de mis hermanos, que era idéntico, de idéntico color y que un día nos quitó definitivamente la policía en el semáforo de Cibeles, porque ya no conseguíamos pasar la ITV con él”.

Artículos de ocasión”, libro recopilatorio editado en Zaragoza por Xordica en 1998, tenía un prólogo del profesor Tomás Fidalgo que planteaba dudas sobre el futuro del entonces (y ahora) articulista, guionista, novelista y cineasta. Fidalgo era un tanto duro y su prólogo un puro delirio. Aquel libro del joven Trueba ya tenía buenos artículos como “Plácido U.S.A” o “Las cenizas de Julio Alejandro”, que apuntaban lo importante que son los compañeros de oficio, los amigos, que son maestros y convierten a un joven cineasta en lo que ha llegado a ser. Los maestros de Trueba han sido actores: “Desde mi primer guión, donde hasta tenía una escena como actor junto a Cassen, siempre he sentido veneración por ciertos actores; si algo me gusta de Cámara es que no desentonaría en una película junto a Pepe Isbert y Manolo Aleixandre”.

Se me ocurre la idea de una carrera, de un rumbo bien trenzado, desde que Trueba encadena “La silla de Fernando” (codirigida con Luis Alegre, película conversación con Fernando Fernán Gómez), la serie de televisión “¿Qué fue de Jorge Sanz ?” (quizá su mejor trabajo) y “Madrid, 1987” con Pepe Sacristán y María Valverde. Son películas realizadas con precariedad de medios, aunque con entusiasmo a raudales. Pero Trueba, a quien leo y sigo, cineasta de esos en los que busco algún tipo de humor e iluminación, me lo desmiente: “La idea de carrera es siempre un error que te lleva a autocitarte; cada paso responde más a mi propio apetito que a una idea de rumbo, que no me interesa en absoluto”.


Si ese rumbo no existe, existen esas películas, afortunadamente. Existieron Rafael Azcona, y Julio Alejandro, por ejemplo, y ellos son ahora parte de David Trueba, que así se ha convertido en una especie de árbol único y extraño; se ha convertido en un cineasta que es de Madrid, pero también de Zaragoza o de Logroño. Todos ellos están en ese viaje en SEAT 850 hacia Almería. Porque sin un Juan de Mairena, sin maestros, el arbolito difícilmente puede crecer por sí solo y convertirse en un gran roble. Un profesor nunca puede rendirse. Les necesitamos desesperadamente. El profesor que interpreta Javier Cámara, para Trueba, está inspirado en un profesor real, que existió, que sigue existiendo hoy en día, el que representa la dignidad moral, el que todos queremos encontrarnos en nuestro camino, en esta borrasca en la que vivimos. Porque somos niños que necesitamos al maestro. Y así nos quedamos, con unos versos de Julio Alejandro: “una mano de niño, se adentra, sin acucia, en la borrasca”.  

*"Los maestros de David Trueba": texto publicado en Heraldo de Aragón, Artes & Letras, página 8, 31 de Octubre de 2013

jueves, 24 de octubre de 2013

Bibliotecas

Día de las bibliotecas. Siempre me gustaron. De pequeño iba a la del barrio, luego a la Biblioteca de Aragón. También me gusta ir a la María Moliner. Me gustaría que hubiera más bibliotecas. Cuando no hay pasta para librerías, en las bibliotecas públicas encuentro, como la semana pasada, el cómic de “Blue is the warmest colour”, de Julie Maroh, antes de ver la película que la adapta, o “En el remolino”, de Labordeta (formidable), o un libro de Cendrars que no conocía editado por Rey Lear, o una colección poética de Julio Alejandro o Wislawa Szymborska. Ahí seguimos. Leer más. Leer más. Leer más. Me fijo en lo que decía Antonio Aramayona: “Un Gobierno debería sobre todo impulsar y promover las bibliotecas de todo tipo y condición, hacerlas fácilmente accesibles a todos, extenderlas por todos los barrios y pueblos de España, incentivar el gusto por la lectura, convertir también las bibliotecas en centros vivos de intercambio de ideas y contraste de opiniones”.


Todo se andará día tras día. No te encojas ahora, que aún nos queda camino. Caminemos, despacio, pero sin parar un solo instante.”

(de “En el remolino”, José Antonio Labordeta) 

miércoles, 16 de octubre de 2013

Baroja y Verlaine, vagabundos en el Jardín de Luxemburgo

Anoté el otro día: Me gusta curiosear en librerías y bibliotecas públicas. Hay siempre estanterías que raramente son visitadas, libros que pueden estar inamovibles en el lugar que se les ha asignado, durante meses y años. Y el lector, muchas veces, pasará por sus páginas distraído. Lo leído irá casi siempre al olvido, a un pozo sin fondo. Muchos libros pueden estar escondidos y muchos párrafos de especial brillo quedan enterrados, como caminos por los que raramente pasa algún viajero. Igual pasa con los poemas, anhelos, los sueños del que escribe. Y si no los escribe será como si nunca hubieran existido.
En esa extraña búsqueda de hace unos días, respecto a la obsesión del vagabundo Baroja con el vagabundo Verlaine, encontré en una de las novelas más olvidadas de Don Pío, un texto que tenía que rescatar, para este rincón, para juntarlo con unos versos del poeta, para juntarlos en el Jardín de Luxemburgo:

Por entonces, quedaba todavía en París muy vivo el recuerdo de Verlaine. Luis le había leído hacía poco, y estaba en la fiebre primaria del entusiasmo por sus versos. En algunas calles inmediatas al jardín de Luxemburgo, sobre todo en la de Monsieur Le Prince, entonces llena de cafetuchos y de cabarets, se veían en los escaparates cartas lamentables del poeta, en las que pedía dinero a sus conocidos, cartas que se vendían a tres y cuatro francos a los coleccionistas.
A algunos tipos de hombres ya de edad y a las viejas cocotas que veía en el café d´Harcourt o en la taberna del Panteón, Luis, llevado de su curiosidad por aquel poeta que con sus versos tanto le había deleitado, solía preguntarles: “ Y ustedes no conocían a Paul Verlaine?”.
Ellos y ellas le tenían por un mendigo, que andaba a veces por el jardín de Luxemburgo, siempre con gente desarrapada.
¡Un mendigo! Pero ¡si era un gran poeta!” decía él, con asombro”.
(de “El cantor vagabundo”, Pío Baroja)

Id, pues, vagabundos sin tregua,
Errad, funestos y malditos,
A lo largo de los abismos y de las playas
Bajo el ojo cerrado de los paraísos”.
(de “Grotescos”, Paul Verlaine)


*Imagen de "Un caminante o vagabundo", 1907, Ricardo Baroja. 



domingo, 13 de octubre de 2013

Los muchos Romeos

Ya no puedo ver a Romeo subir por las escaleras de Renoir porque Romeo ya no existe y Renoir tampoco. Ahora estoy en el exilio de mi cine, de mis compañeros, de los clientes, de las películas, de mi silla en la que leía. Queda lo escrito, y por eso resulta formidable lo que Grasa y Puyó han conseguido, al crear, literalmente, una novela, o un diario de lo que fue Félix Romeo. Pasé ayer toda la tarde leyendo “Por qué escribo”, introducida por los dos editores, que con su prólogo te introducen en un libro para leer y releer, para subrayar, el libro en el que Romeo está más presente, de todos los suyos, pues contiene continuos destellos de los muchos Romeos. Está el Romeo de Zaragoza, puesto que el libro es también un libro sobre la ciudad, sobre lo que fue, lo que es, lo que pudo y lo que puede ser; está el Romeo de París o Madrid, de Aberdeen, de la trastienda de Antígona. Y hay otros muchos Romeos en el libro; es un libro para los que aman los libros y las librerías, para los que desearían que su ciudad sea mejor de lo que es, y especialmente para los que se ponen mano a la obra cada día intentándolo.

Me encontré textos que recordaba vagamente haber leído, quizá, muchas veces, junto a un café, cuando aparecieron. Grasa y Puyó logran el milagro de que lo que pocos o muchos habían leído, seguramente olvidado, quede ahora fijado en ese libro, que estará en librerías zaragozanas como Antígona, Cálamo o Los Portadores de Sueños, que estará en la biblioteca de Aragón (si mantienen fondos para comprar libros), que estará en mi casa o en otras casas, que permite crear una cronología de vida, un dietario de vida, reflexionar sobre una manera de vivir, uno mismo, y dentro de la ciudad que a uno le acoge. Más allá de eso, puede abrirse por cualquier página, leerse un párrafo, subrayar aquí o allá. Leyéndolo uno puede entristecerse por lo desaparecido, por los lugares y las personas como Labordeta o Algora o el propio Romeo, o disfrutar lo que todavía existe, de los libros, de Orwell o Satrapi, de Pessoa o el propio Romeo, de los restaurantes o cafés, de la Gran Vía madrileña, del Bacharach o el Dumbo de Zaragoza, del pequeño infinito que aparece recogido en “Por qué escribo”.


La literatura es una locura, quiero decir que es una forma de estar en el mundo diferente, y lo diferente está cerca de la literatura”.
(de “Se quiere otra vida” - “Por qué escribo”, Félix Romeo)












sábado, 12 de octubre de 2013

Frío del otoño

Días de fiestas y momentos fugaces. Joaquín Carbonell y Eduardo Paz en la plaza del Justicia, la otra noche, y el frío que aparece de repente. El paseo junto al río, la noria pilaresca, la tarde que rápidamente se va y se convierte en noche, el concierto de Sinéad O´Connor que ya fue. Mi viejo amigo Jorge, su caída de la bicicleta y el momento en el que me lo cuenta. Una mala película. Ese rato con los amigos y compañeros, refugio, refugios, y mis búsquedas de versos o poemas, para esta bitácora, para que me acompañen. Y mientras el frío del otoño que va en aumento.


... Domina el frío, denso, que hastía,
Colándose como un remordimiento,
Y que incluso llega donde los muertos, ...”
(de “Sub urbe”, Paul Verlaine)



viernes, 27 de septiembre de 2013

Canción del otoño


Me encontré con unos textos de Baroja a propósito de un viaje que hizo a París en 1899, cuando contaba 27 años de edad y ya había perdido a un hermano, la ilusión por su oficio de médico, y había decidido lanzarse de cabeza a la literatura. Ya era un admirador de Paul Verlaine, y a propósito de esto apunté sus palabras: “Recordé aquella poesía de Verlaine: la canción del otoño, tan triste, tan sentida. Quizá se inspirara en este jardín del Luxemburgo en donde el poeta paseaba, arrastrando sus piernas, fumando su pipa mal oliente, haraposo, sucio, repulsivo, con los estigmas de los vicios fijados en su rostro, montón de barro inmundo, en donde por casualidad, había caído una delicada perla”.
De ahí di el salto a un Baroja hastiado, exiliado en París, cuarenta años después. En 1939, un instante después, Baroja volvió a pasear por esos jardines, y de nuevo evocó al poeta admirado, en su poema “Jardín del Luxemburgo”: “Brumas, tristezas, dolores / del otoño parisién / sus mágicos esplendores / en los versos de Verlaine”.
Busqué esos versos y encontré varias traducciones del poema.    Lo dejé así: 

Los sollozos
De violines
Del otoño
Hieren mi corazón
De abatimiento
Monótono.

Apagado y
Tembloroso, cuando
huyen las horas,
Recuerdo
Los días que se han ido,
Y lloro.

Y me voy
Con la borrasca
Que me empuja
Aquí y Allá,
Como si yo fuera
Hojarasca”.

(“Canción de otoño”, Paul Verlaine)

*Retrato de Verlaine por Edmond Amat-Jean.
*Retrato de Baroja por Ricardo Baroja.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Intento averiguar algo de aquello que está terriblemente vivo en lo escrito con honestidad y verdad. Y en este caso, con la mayor brevedad. Y aprovecho una comida en la que está presente Miguel Pontaque para preguntarle por su premiado haiku, y me cuenta un poco el proceso, la decisión de presentarlo a un concurso y al final, cuando le pregunto por su manera de encarar la escritura, me dice que no escribe mucho, que prefiere leer. Luego leo su haiku, un prodigio, una vez más. ¡Qué grandioso regalo es la escritura y la subsiguiente lectura! ¡Cómo nos permiten escapar de las prisiones! Las prisiones son a veces rutinas, matracas y fantasmas, y esta mañana me distraía de lo que tenía programado hacer echando un vistazo a un par de libros. En uno de ellos, de Blaise Cendrars, encontré algo que me sedujo y lo apunté en un pedazo de papel, una línea que volvía a probar que todo lo que rodea a los libros es mágico:


... iluminada por los reflejos de inmensas lecturas...”
(de “Moravagine”, Blaise Cendrars)


Tras la vendimia / oreando las cepas / el viento solo.”
(Miguel Pontaque) // Haiku ganador del III Concurso Bodegas Florentino Martínez. 

domingo, 11 de agosto de 2013

Se está yendo y se irá del todo el verano. Otro más. La memoria que se va, el tiempo, esta tarde, los veranos olvidados. Las tardes largas. Este verano se quiere ir pero aún dura mientras escribo esto. Fugaz. Un instante. Se va. Se irá. Se está yendo. ¿Qué recuperaré de él? ¿Quedará algo? Unas líneas de lectura en un libro que cojo por un rato, pero que volverá a su estantería, para quedar cerrado, ¿por cuánto tiempo? El constante tiempo perdido. Mientras, ocupo mi mente en un constante vagabundeo para intentar escapar de los fantasmas.

En Santander no hallé el chalé de las vacaciones de antaño. La ladera de la colina que sube desde las playas del Sardinero hasta el hotel Real estaba parcelada. Allí donde en mi época, en la época de mi infancia, no había más que cuatro o cinco chalés, se alzaban varias decenas. En medio de todas aquellas novedades, no logré dar con el emplazamiento del antiguo chalé.
A lo largo de los años, fracasé una y otra vez en mi búsqueda de la casa perdida de Santander. Sabía perfectamente en que zona de la lujosa urbanización tenía que hallarse, pero no acertaba a descubrir la vía de acceso”.

(de “Adiós, luz de veranos”, Jorge Semprún)

viernes, 9 de agosto de 2013

Si no se detiene uno un momento a reflexionar, sin darse cuenta habrá pasado el verano. Pero todavía no. Que aguante el calor, para seguir buscando rincones y escondites en los que leer lo pendiente. Mientras pasan entrevistas de trabajo, incertidumbres constantes y otros fantasmas, buscaremos atajos para no entrar en los pantanos oscuros con perros terroríficos. Buscaremos luz en los libros.


... Recuerde, Sir Henry, una de las frases de aquella extraña leyenda antigua que nos leyó el doctor Mortimer y evite el páramo en las horas de oscuridad, cuando se intensifican los poderes del mal”.

(de “El sabueso de los Baskerville”, Arthur Conan Doyle)

lunes, 3 de junio de 2013

Luces

Stevenson como si fuera el piolet para ayudarse en la escalada. Para agarrarse fuerte en el pequeño párrafo, en la búsqueda de un poema mágico, en la necesidad de sacudirme el pensamiento oscuro buscando el pensamiento luminoso. Paró hoy el cierzo. Llevamos un Marzo, Abril, Mayo de lluvias, aires y casas que se quedan frías. Pero ya pasa, ya se va. Ya llega la luz de Junio, que ha de ser bueno, sí o sí. Junio para buscar libros, beber vino, caminar mucho, salir del rincón. Stevenson, esta vez, en su poema “El farolero” (“The lamplighter”), que me animo a traducir, por puro gusto, para mí mismo.

Mi té casi está listo y se ha puesto el sol.
Es momento de pegarse a la ventana y ver pasar a Leerie;
Cada noche a la hora del té y antes de que te acomodes,
Con escalera y con linterna él viene recorriendo la calle.

Tom podría ser un chófer y María irse al mar,
Y mi papá un banquero tan rico como sea posible;
Pero yo, cuando sea más mayor y pueda escoger que hacer
¡Oh, Leerie, daré vueltas por la noche y encenderé las farolas contigo!

Somos afortunados, con una farola delante de la puerta,
Y Leerie se detiene a encenderla tal y como hace con muchas otras;
Y oh, antes de que te apresures con escalera y con luz,
¡Oh Leerie, observa al niño pequeño y salúdale en la noche!”
(“El farolero”, Robert Louis Stevenson)

lunes, 27 de mayo de 2013

La primavera no acaba de llegar. Pasó un mes de Mayo por lo general oscuro, de lluvias intermitentes, cierzos fríos y mucho desconcierto. La necesidad es darse cuenta cada día de lo que uno no hace bien, no para intentar al día siguiente arreglarlo, porque no será posible, sino para simplemente mejorar un poco, sólo un poco. A partir de ahí quizá pueda lograrse algo. Y mientras. seguir confiando en que aparezca una luz intensa; si no es así, intentar crearla por mí mismo aunque sea minúscula. Se trata de seguir en la búsqueda de la pepita de oro, de otro párrafo de otro libro, de las palabras luminosas y olvidadas.

... No obstante, a todo hombre – si es que es un hombre -, sus precedentes y continuos errores deberían servirle para esforzarse por redimir una parte de ese pasado.”

(de “Dudas del convaleciente”, Robert Louis Stevenson)

miércoles, 1 de mayo de 2013


Días finales de Abril de lluvias y fríos, de encuentros con gente conocida que parece aplastada por el empuje de esta gran borrasca de inquietud e incertidumbre. Así se van apagando los sueños de casi cuarenta años de democracia: sin rumbo, sin saber lo que se quiere ni hacia donde dirigirse. Un primero de Mayo con las voces silenciadas, narcotizadas o desaparecidas. Sólo queda la resistencia hasta donde se pueda, en una especie de exilio interior, en aquello en lo que todavía uno cree: el arte, los libros o una buena película.


POR RARO QUE PAREZCA
Me hice ilusiones.
No sé con qué, pero las hice a mi medida.
Debió de haber sido con materiales muy poco consistentes.
(de “Nada grave”, Ángel González)

domingo, 28 de abril de 2013

La maraña


Ánimos y desánimos (de nuevo). Volvieron los algarazos y la lluvia, pero quedan los refugios (de nuevo). El absurdo, un juicio laboral incomprensible, un transcurso del tiempo y una incomunicación que no ayudaron y un viaje en solitario. ¿Y el paisaje del fondo? El del sálvese el que pueda. Pero no nos hundimos: seguimos a flote y buscando la primavera. Y encontrando los rincones para seguir leyendo.

... Cuando ya no se sabe que creer, ni está uno dispuesto a hacer de detective aficionado, entonces uno se cansa, arroja todo lejos de sí, abandona, deja de pensar y se desentiende de la verdad, o lo que es lo mismo, de la maraña. La verdad no es nunca nítida, sino que siempre es maraña.”
(de “Los enamoramientos”, Javier Marías) 

martes, 26 de marzo de 2013


Martes Santo lluvioso de vagabundeo y ausencia de timonel. Leyendo aquí y allá, navegando aquí y allá. Poca cosa. Incertidumbre. Vértigo. Cafés. Y al final del día, en medio de nada y sin tierra a la vista, a refugiarse en Stevenson intentando encontrar un párrafo que afortunadamente aparece. Así algo queda.

... El valor y la inteligencia son las cualidades de más valía para la educación de un buen hombre; la primera parte de la inteligencia es reconocer nuestro precario estado en la vida, y la primera parte del valor es no amedrentarse en absoluto por ello. Una actitud franca y un tanto precipitada, mirar hacia adelante sin demasiada angustia, sin quedarse en un sensiblero lamento por el pasado, es la marca del hombre que lleva una buena armadura para este mundo.”
(de “AEx Triplex” , Robert Louis Stevenson)

jueves, 14 de marzo de 2013

Mare Tenebrosum


Me encuentro un poema de Caballero Bonald de marinos embarcados en un Mar Tenebroso, como esta realidad cotidiana de una sociedad que parece esquizofrénica, inexplicable, en la que las voces que podían tener sentido, aquellas a las que leer o escuchar, son faros apagados, abandonados, que cada día van desapareciendo y nos dejan sin refugio en la tempestad. Lo tenebroso a cada instante. Habrá que agarrarse fuerte confiando que llegue buen tiempo, sol y podamos seguir navegando, o viviendo. La dignidad es, mientras tanto, el único rumbo posible.


MARE TENEBROSUM


¿Conoces por ventura la irreparable historia
del navegante solitario
que una vez consumada la proeza
de dar la vuelta al mundo en un velero, prosiguió
circunvalando el mar incalculablemente?


Trastornado tal vez por los conjuros de Poseidón,
surcó sin otro afán que el del instinto
los ignotos periplos de los vagabundos de la mar,
sólo acaso mirándose en la cara del agua,
hasta que al fin se extravió
justo donde también se neutralizan mutuamente
los puntos cardinales.


Perteneciente con toda probabilidad
a la casta irrestricta de los argonautas, no consintió
aceptar otro futuro que el de esa postrera
obstinación
y así nadie supo jamás
en que acuático abismo
mereció finalmente cumplir con su destino.


(Abyssus abyssum invocat. DAVID, Salmos, XLI, 8)


(Mare Tenebrosum, de “Manual de infractores”, J.M Caballero Bonald)

domingo, 3 de marzo de 2013


Ánimos y desánimos. Dos meses embarcado en empresas titánicas, pero ilusionantes, ineludibles. Cuando son los desánimos los que tornan más fuertes, me escondo o me aturullo, pero confiando en que saldremos por alguna parte. Hasta entonces, al menos, pensaremos en sacudirnos el invierno de encima y despertar en primavera.


A la sazón, mi objetivo más importante era el cabo de Buena Esperanza”.
(de “A bordo del Spray”, Joshua Slocum)

domingo, 13 de enero de 2013

Al pairo


Tenía la cita para arrancar el año, la incertidumbre y la firme convicción de sacar energía de donde fuera. Al pairo. No hay más que eso. En un diccionario naútico encuentro la definición: “Mantener la posición respecto al fondo. Cuando hay temporal significa mantenerse proa al oleaje con poco trapo, a fin de compensar el efecto del abatimiento”. Seguiremos pues así, intentando estar serenos con la ilusión de encontrar algo que nos empuje, en un rumbo u otro, pues ni siquiera eso está nada claro.


Voy a pasar la noche en Sintra para no pasarla en Lisboa/ Cuando llegue a Sintra sentiré pena por no haberme quedado en Lisboa/ Siempre esta inquietud sin propósito, inconexa, sin resultado, ...”
(de “Al volante”, Álvaro de Campos – Fernando Pessoa)