Bitácora de Sergio Casado

sábado, 31 de diciembre de 2011

Último día del año con la idea de Stevenson todavía en la cabeza: ganar poco y gastar menos. Hay que dar batalla a la ignorancia, a la estupidez de la que hablaban Eco y Carrière, leyendo más que nunca. Hay que buscar la dignidad, apartarse del mediocre que no aspira a mejorar sino sólo a su propio pesebre. La importancia de la feroz resistencia ante cualquier desánimo que nos asalte.

... nos aproximábamos a aquellas playas desconocidas con algo de aquel placer angustioso que hace extremecer el corazón de los exploradores la víspera de sus descubrimientos.”
(de “En los mares del sur”, Robert Louis Stevenson)

martes, 27 de diciembre de 2011

Frío en aumento en estos días finales del año. Voy por la casa de un lado a otro, repaso las notas que he escrito en este año y veo nombres de algunos que se han ido, viejos correos, citas que me gustaron, algún diálogo, algún proyecto poco claro y algún viaje. Me veo a mí mismo enfadado, contento, eufórico, luego inquieto o confuso, decepcionado o derrotado. Me veo de muchas maneras. Las pequeñas notas de un año resultan una especie de caleidoscopio de algo impalpable, intocable, ido. Mientras tanto, me fijo en un buen libro, “Nadie acabará con los libros”, una especie de diálogo entre Umberto Eco y Jean Claude Carrière, a veces sabios, a veces viejos chalados por los libros, otras simplemente dos personas charlando sobre el nuevo mundo que se les ha echado encima, de internet, de cine, de la estupidez siempre presente entre y dentro de los seres humanos. Ambos deben rondar los ochenta años, y resulta fascinante leerles en ese diálogo ya impreso, perpetuo, fijado, que permanecerá cuando ambos desaparezcan.

... Hay, pues, redescubrimientos colectivos, pero también redescubrimientos personales, valiosísimos, que cada uno de nosotros puede hacer, una tarde, hojeando un libro olvidado.”
(Jean Claude Carrière en “Nadie acabará con los libros”, de Umberto Eco & Jean Claude Carrière)

sábado, 24 de diciembre de 2011

Recordar pasadas Nochebuenas, recordar los que no están y acercarse a los que sí están, armarse de valor en esta Navidad, Natividad, Nacimiento, Oportunidad de cosas nuevas, de proyectos, de viajes, de luchas, de esperanzas y de tempestades con las que habrá que lidiar. En medio de eso, arranco la mañana con la lectura de Stevenson, que será un ritual más en cada Nochebuena. Repaso estos días mis notas a lápiz y bolígrafo del año y veo cada dos por tres palabras como confusión e incertidumbre, ante las crisis personales, siempre acechantes, y ante la general, feroz. Y leo en Stevenson antídotos frente a esto, en una mirada a palabras siempre en desuso, como honradez y amabilidad. Cierro el pequeño libro y escribo.

“ … Ser honrado, ser amable..., ganar poco y gastar un poco menos, conseguir que nuestra presencia haga generalmente más feliz a nuestra familia, saber renunciar a algo cuando sea necesario y no amargarse por ello, tener pocos amigos, pero leales -y, sobre todo, con esa misma e inflexible condición, ser amigos de nosotros mismos-: he aquí una tarea digna de la fortaleza y de la sensibilidad de todo hombre. … ...”
(de “Sermón de Navidad”, Robert Louis Stevenson)

jueves, 15 de diciembre de 2011

Empezamos a ver “The artist” a las tantas. Yo todavía con el catarro y O. cansado de la jornada. Decimos algunas tonterías pero pronto nos vamos callando, sorprendidos quizá de lo que estamos viendo, la prueba que surge cada cierto tiempo, la prueba de un cine vivo, en el que divisas a alguien detrás, que ha hecho ese trabajo con la pasión de hacer algo bien hecho. Es el caviar del cine, el dulce artesano de la buena pastelería. Brilla el trabajo de ese cineasta, Michel Hazanavicius, y el equipo de actores (Dujardin, Bejo, Goodman y otros), de técnicos, de un grupo de gente que no ha pensado en la taquilla, sino en una historia que tenían que contar, imperiosamente. En “The artist”, como hace poco en “Midnight in Paris”, hay algo así como una interpretación de las teclas adecuadas, del tempo correcto, del oficio, del romanticismo y la mirada ausente de cinismo. Todo parece mejor, nosotros, los espectadores, la película, la sala parece mejor, más elegante, la pantalla, todo, como en un viaje a un tiempo paralelo, a algo que escapa de lo rancio y feo de nuestra vida cotidiana. “The artist” es ese viaje.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Tras el lumbago, catarro. Paracetamoles, caramelos y soniquete de El bigotes, Camps, Urdangarin de fondo. Muchos euros por informes, empresas fantasmas, pelotazos, mansiones, maneras de vivir indignas se mire como se mire. Se forma el nuevo Parlamento y más bien se le hace a uno un nudo en la garganta. Como para tener espíritu navideño. Papa Noel ahora se hincha a caviar y regala juguetes clónicos a mansalva. Los Reyes Magos deben tener al yerno haciendo trapalas, quitándole la comida a los camellos.

... Y todo esto se hace al amparo de la ley, todo honradamente.  El que cae en manos de un usurero no se librará de él sino cayendo en las de otros; trabajará toda su vida para engordar a los vampiros. ¡Pobre insecto aprisionado en la tela de araña! ...”
(de “Escándalos de Madrid: las artes de la usura”, Pío Baroja)

domingo, 11 de diciembre de 2011

Llega el invierno y se va uno aprovisionando de guantes, bufandas y gorros. Cae uno en la pinza de chocolate ocasional, en el turrón artesano de nueces, en un buen trozo de queso para recuperar energías a cualquier hora. Vaya hambre. El frío intenso siempre me recuerda pasajes de Jack London, de viajeros enterrados en la nieve, de perros hambrientos que tiran y tiran de trineos en lugares desolados. A veces surge la pequeña hoguera, la bebida caliente, la dureza de los hombres curtidos en esos viajes. Anoche, en vez de hacer caso de la matraca del fútbol, volví a echar mano de un pequeño libro de London, buscando uno de sus fragmentos llenos de verdad, donde late la mejor literatura, donde uno encuentra provisión para el viaje en la Alaska de lo cotidiano.

... … Pero nada es más prodigioso, nada más pasmoso, que la demostración inerte del gran silencio blanco. Todo está inmóvil, el cielo se despeja y adquiere tonos cobrizos; el menor murmullo es experimentado como una profanación. El hombre, entonces, se vuelve temeroso y se espanta de su propia voz. Adquiere conciencia de ser el único destello de vida en medio de esta muerta inmensidad; su audacia lo confunde; advierte que no es más que una lombriz y que su existencia no tiene precio. Extraños pensamientos atraviesan el desierto de su espíritu; se siente anonadado por el misterio.”
(de “El silencio blanco”, Jack London)

martes, 6 de diciembre de 2011

La imagen de la crisis es la de los locales cerrados, la de monobloques de pisos vacíos o a medio construir, la de bibliotecas y universidades decadentes, la del desprecio por la lectura, la de la dictadura de la ignorancia, de un modo de vivir que resulta ajeno y cada vez comprendo menos. Es la imagen de la desunión europea, la esquizofrenia española, los desmanes de unos pocos, la avaricia, el egoísmo, el sálvese el que pueda, la intoxicación informativa y el adoctrinamiento de la masa en un único sentido. Usted apechugue con lo que le dicen y no lo cuestione. Hay una aparente democracia, en la que uno puede aislarse o apartarse, pero a costa de diferenciarse sustancialmente. Ante ese maremágnum y la dificultad para saber como maniobrar, como dirigir el timón, apunto alguna u otra cosa que espero me ayude. Hubo un apagón hace un par de noches en mi barrio, y la pequeña luz del móvil me servía para guiarme por la casa, para intentar tropezar lo menos posible. Hay que buscar pequeñas linternas, o velas, o cualquier pequeña luz para guiarnos en el apagón cultural y moral acechante, que poco a poco puede invadirnos por completo. En la reciente feria del libro en México, coincidieron Vargas Llosa y Hertha Müller. Apunté algo de lo que dijeron, como si fuera una de esas pequeñas luces. De Vargas Llosa: “La literatura nos crea un tipo de desasosiego que nos hace más difícil ser manipulados. Por eso siempre ha sido considerada como algo sospechoso por los regímenes que quieren controlar la vida de la gente de la cuna a la tumba. La literatura es un instrumento de defensa de la libertad”. Hertha Müller: “La escritura es clave para comprender la vida. Es un medio único para oponerse a las dictaduras”.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Semana fría, con el otoño que parece que cambia por momentos a invierno. El ánimo anda ni bien ni mal, así que no sé muy bien como definirlo. En medio de otras lecturas aparcadas, vuelvo de nuevo a Baroja, releyendo partes y páginas sueltas de “El mundo es ansí” y los “Cuentos” de la colección de Alianza Editorial. Me pilla Manuel Moreno en la relectura y hablamos de Mainer y del viaje que hicieron juntos a Itzea, epicentro barojiano mundial. Y unas horas después, la casualidad al cubo, casualidad ubicada en mis lecturas en desorden, subrayados de páginas, de fragmentos, en una búsqueda extraña y disparatada. En esta misma semana, hoy, aparece por mi rincón José Carlos Mainer. Hablamos entonces de Manuel Moreno y de Itzea, donde me dice que ha estado este verano, habla de su libro sobre Baroja que va a publicar en el 2012 que ya llega. Un rato formidable cuando me encuentro con otros barojianos, y charlamos, y nos entusiasmamos con ese extraño vínculo que hay entre nosotros, esa extraña pasión, esa manera de encontrarnos en la lectura de la obra del gran, gran Baroja, en su luz. Y vuelvo ahora a mi ejemplar de los cuentos recopilados por Alianza, y paso las páginas, intentando encontrar la cita adecuada.

Y al comparar este recuerdo con otros de su vida de sensaciones siempre iguales, al pensar en el porvenir plano que le esperaba , penetró en su espíritu un gran deseo de huir de la monotonía de su existencia, de bajar del tren en cualquier estación de aquellas y marchar en busca de lo desconocido”.
(de “Lo desconocido”, Pío Baroja).

jueves, 24 de noviembre de 2011

Calles repletas de hojas, ventoleras y lluvias que vienen y van. Poca luz y el trabajo que no avanza, estancado uno y de nuevo quieto para ver si tira o no tira, si se intuye algo a lo lejos. Es difícil mantener la paciencia. Hay que trabajar, trabajar y trabajar para sacudirse al otro yo, el perezoso. El yo que trabaja y el yo perezoso, el yo que arriesga y el yo modorro, el yo que arriesga y el yo conformista. Siempre los dos yoes.

De los dos yo que buscan vivir, uno le dice al otro: ¡Experimenta alguna cosa, diablo!”
(de “Diario de mi vida: 19 de Agosto de 1884”, Maria Bashkirtseff)

<Mujer con lilas, 1881.  Marie Bashkirtseff>

viernes, 18 de noviembre de 2011

Quisiera uno escribir con sentido, con verdad, intentando comunicar algo. No siempre es posible. Sólo a veces sucede. Es eso lo que uno se encuentra al leer. Sólo a veces aparece la luz. Andaba yo cada vez más metido en una siniestra trama con capitanes que desanimaban a sus marineros, rotos, desmoralizados. Sin ilusiones, sin esperanzas, sin camino, en la oscuridad. Y de repente algo encontraron estos marineros. Algo les dio esperanza, algo les iluminó. Pensaron que no todo es absurdo, un sin sentido. Pensaron que puede aparecer, de repente, algo, un buen capitán, una buena aventura, una meta. Había olvidado cuanto me gusta una línea que descubrí gracias a Mario Camus, gracias a su libro “Un fuego oculto”. Gracias a un tipo ilusionante descubrí ese libro. Regalé mi ejemplar a mi amigo Carlos. He de tener ese libro presente, no olvidarlo, no olvidar esa línea de Claudio Rodríguez que dio titulo al libro de Mario. Si lo olvido, estaré perdido.

Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto, .”
(de “Don de la ebriedad”, de Claudio Rodríguez)

sábado, 12 de noviembre de 2011

Cayó Berlusconi. No hace mucho Gaddafi y Mubarak. No voy a compararlos. Pero algo se mueve, entre terremotos y atracos financieros masivos, la confusión en la que nadie entiende nada y esa crisis espesa, no sólo económica, sino de caminos erróneos, de muñecos y depredadores invadiéndolo todo. Parece todo un gran huracán de incertidumbre. Los libros, la cultura, parecen interesar a cuatro gatos. Estamos en manos del más puro azar, sin capitán, sin meta, en medio de la oscuridad y con los faroles iluminando poco o mal. Pero no hay que rendirse. Si uno siente que vienen lluvias, vientos temibles y tempestades, hay que mantenerse firme, tranquilo, como buenamente se pueda, y que sea lo que sea. ¡Adelante!

... Y ahora, cuando las nubes se acumulan y la lluvia amenaza al bosque y a nuestra casa, haz que no nos sintamos abatidos; que no olvidemos el sabor de de los pasados favores y placeres; antes bien que, como la voz del pájaro que canta bajo la lluvia, nuestra memoria conserve la gratitud en la hora de las tinieblas.”
(de “Oraciones de Vailima: En tiempo de lluvia”, de Robert Louis Stevenson)
Ahí en el rincón puede estar escondido el momento, la imagen, la sensación. Uno lee libros de bibliotecas, de librerías donde están relucientes, nuevos, a veces muy caros para el bolsillo maltrecho. Y luego de repente, en un rastrillo, con descuento adicional, aparece enterrado entre muchos otros libros uno que te llama la atención. ¿Quién sería María Bashkirtseff? Buscas allí y allá, te enteras que fue pintora, que murió con veinticuatro años, que escribió este diario que tienes entre tus manos. A las primeras páginas ya estás atrapado; la sensibilidad es extraordinaria, luminosa, lúcida, muy brillante, inaudita. Luego descubres que esa edición fue falseada, troceada, masacrada desde los auténticos diarios completos de Bashkirtseff, descubres a una mujer que llegó hasta los límites de la curiosidad, de la capacidad, empeñada en brillar tanto como fuera posible, en comerse la vida y resistirse con todas sus fuerzas a ser derrotada. Incluso en esta versión troceada publicada por Austral hace muchos años, atinas a maravillarte con la verdadera estatura de esta mujer, sólo apuntada, rota prematuramente. Descubres que sólo ves una pequeña parte de un iceberg, que la mayoría de su imagen está enterrada en el olvido, que incluso su edad era otra. Hay que dudar de todo, tener curiosidad, dudar de uno mismo. Bashkirtseff lo hace continuamente en su diario, o al menos en esta breve semblanza que aparece en la edición naranja de Austral de 1940, que tengo en mis manos. No queda otra que seguir buscando en lo escondido, en un rastrillo, en la memoria, quizá a la vuelta de la esquina, intentando estar sereno y con el ánimo alto.


¿Quién me devolverá mi juventud desperdiciada, agostada, perdida?”
(de “Diario de mi vida: 23 de Julio de 1880”, Maria Bashkirtseff)

("Autorretrato", 1880; "Otoño", 1883, Maria Bashkirtseff)

domingo, 6 de noviembre de 2011

Mañana ventosa y tiempo intempestivo de noviembre. En medio de la incertidumbre laboral, de la confusión, del sálvese el que pueda, de muñecos vacíos o a lo sumo llenos de paja, un rato de buena charla ayer con O. sobre el esperpento de Berlusconi, del referéndum griego sí, del referéndum griego no, de nuestra campaña electoral para las Generales con los depredadores anunciando mayoría absoluta y los cínicos intentando remontar un poco. Vaya panorama. Hay que agarrarse más que nunca a los libros y a la cultura, a una meta, la de mejorar individualmente. Hacerlo cada día no es moco de pavo. No es mala idea buscar las pequeñas notas, las pequeñas respuestas ante el absurdo, y entre ellas, una bien marcada, para no olvidarla, de Manolo Marinero:

“Miles de gentes se ocupan de buscar una solución al absurdo, cuando lo absurdo no consiente solución, pero merece réplica. La única respuesta al absurdo posible es la dignidad, o sea, el reto.”
(de “Humphrey Bogart”, Manolo Marinero)

viernes, 4 de noviembre de 2011

El misterio y el absurdo a veces van de la mano. A raíz de la lectura de “Picnic en Hanging Rock”, de Joan Lindsay, era una buena oportunidad volver a ver la película de Peter Weir. El australiano siempre encuentra un fuerte apoyo, ante el texto que adapta al cine, en los pilares de ambientes musicales, que dotan a su cine de un peculiar ritmo y personalidad. Ya era así en 1975, con esta película, que anoche volvió a inquietarme, y en algún momento, a ponerme realmente nervioso, a pesar de que ya conocía la trama sobradamente, incluso en detalles que aparecen en la novela de Lindsay pero no en la película de Weir. Hanging Rock sirve como metáfora de transición entre la inocencia y la sexualidad, entre la vida y la muerte, la luz y la noche, la lucidez y la locura, el paso del tiempo y/o la ausencia de éste. Y en medio de todo, el absurdo, el misterio y la influencia que la muerte, el conocimiento de ésta, la marca que queda en los que todavía estamos aquí, la marca de los que se fueron y conocimos. O no conocimos, pero que dejaron algo que les representa, algo escrito, algo creado por ellos. Casi mayor que el misterio del ser que desaparece, están las distintas maneras en las que afronta la pérdida, la ausencia, el que se queda todavía en el lado de la luz, de la vida.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Anda uno en estos días en perpetua confusión, con los rescates, con el referéndum de Papandreu, con las reuniones de “Merkozy” (denominación acuñada por algún avispado periodista para el tándem de Merkel y Sarkozy). Parece que nadie sabe nada, que esto no hay quien lo arregle y que es un sálvese el que pueda. Esto tiene poco que ver con la Unión Europea de los grandes propósitos, objetivos y solidaridades. La Unión Europea, económica y algunos pronosticaban que política, parece una paella mal hecha. Será que no damos para más. Los que estamos al sur de los Pirineos, mientras tanto, tampoco parece que pintemos mucho. Somos una especie de país fantasma a rebufo de todo, que no sabe o ha olvidado de donde viene y que no importa a donde va, intentando mantener la anestesia de fútbol y otras matracas que siempre funcionan. Es una pura esquizofrenia, un absurdo. Y yo mientras, intentando escribir, al menos, alguna línea con sentido, veraz. Si no sale, hay un par de torres de libros esperando, mucha música, muchas películas, fotografías, mucha curiosidad. La esperanza es aprender algo, mejorar un poco, escapar de la dictadura de la ignorancia, la dictadura de nuestros días, de la que habla Paco Ibañez. Ese es mi palo mayor del barco, aunque no se sepa donde se va. Hay que seguir para adelante. Con todo. Hay un precioso texto de Ricardo Baroja (“Como se graba un aguafuerte”) que leí en estos días, que habla de ese empeño, que ha de ser constante frente a las limitaciones que cada uno tiene. Intentaré tenerlo presente, no olvidarlo, yo que a veces olvido si voy al primer o al tercer piso

...cuando toda mi actividad de aguafortista es quizá nociva, inútil para conseguir expresión artística, entonces es cuando más creo en lo inesperado corregido, en el accidente aprovechado, en la casualidad adaptada, en que aparezca algo genial, algo que esté por encima de lo correcto.”
(de “Como se graba un aguafuerte”, Ricardo Baroja)

*la imagen es "Modistas en el café", de Ricardo Baroja

lunes, 31 de octubre de 2011

Cree uno que conoce el cine, las buenas películas, pero el cinéfilo está siempre lleno de agujeros, del cine no visto u olvidado. Cuando me encuentro con una película como “The commitments” me doy cuenta de lo especial que puede ser el cine cuando una serie de elementos coinciden: el guión interesante, original, fresco, la verosimilitud y el buen trabajo de los actores. Anoche me fui a la cama feliz, simplemente gracias a esta película, una pura delicia. Y luego siempre encuentras un tipo que sepa hacer bien las cosas. Los cineastas británicos suelen reunir esos elementos y saben jugar con ellos, muchísimas veces, de manera magistral. Me ha pasado recientemente con “Another year”, de Mike Leigh. Me vienen a la mente también películas de Stephen Frears, Jim Sheridan, Ken Loach o Mark Herman. Algunos de ellos, cuando salen de Inglaterra o Irlanda parecen no funcionar bien, como si algo fallara. En cuanto vuelven a jugar en casa, son imbatibles. Las películas de Alan Parker pueden ser mejores o peores, más frías, pero siempre registran humanidad, no son pretenciosas; en el caso de “The commitments”, una banda dublinesa que quieren ser salvadores de la música soul, una banda creada como una ficción, parece tan real como si te los encontraras en plena calle o en tu bareto habitual. Que grande es el cine cuando consigue eso.

jueves, 27 de octubre de 2011

Muchos libros aquí y allá en estos días. La mayoría de lo leído, de lo escrito, de lo visto, de lo buscado, es un pedregal. Andamos además rodeados, a la mínima, del vacío, del hastío. Ayer, gente aborregada muy cerca. Al final, como si fuera un monolito gigantesco, el absurdo. Vaya panorama a diario. Se siente uno como un enano. Sólo nos queda una rendija, algo mágico, una pequeña luz, para levantarnos, porque tenemos que levantarnos, empeñarnos en ello, animarnos en lo cotidiano de cada día, y también en la búsqueda de lo distinto en lo que leemos. ¿Cómo representarse o armarse ante el absurdo? Cada uno como buenamente puede. Unos son destruidos, otros anulados, otros escondidos. Otros andan intentando elevarse ante ello, olvidando un poco, intentando al mismo tiempo mejorar y escapar de la mediocridad. Cada uno de los personajes de “Picnic en Hanging Rock” actúa a su manera ante el misterio y lo inexplicable. Una formidable novela para analizar el absurdo; ahora toca volver a ver la película de Weir.

El doctor McKenzie tenía razón: “No pienses en la Roca, querida niña. La Roca es una pesadilla, y las pesadillas son cosa del pasado”.”
(de “Picnic en Hanging Rock”, Joan Lindsay)

miércoles, 26 de octubre de 2011

Quería anotar aquí una cita que tomé el otro día, pero al echarme mano en el bolsillo veo que no la llevo encima. Escucho un poco a mi alrededor. Una mujer entra en el bar con un carro de la compra y ofrece moscatel. No la entiendo muy bien. Se dirige a una pareja que está en la mesa de al lado y saca dos bolsas con uvas.
  • Me quedan sólo dos kilos. ¡Gloria bendita! Hala, que te dejo ésta que parece más majica.
  • Yo compro en el mercado.
  • Pues mira, más tonta de comprar en el mercado, porque ésta es especial. ¿Te gusta ésta más doradita? Te la cambio, que ésta está más verducha... Ya verás, a las pruebas me “remeto”. ¡Adiós! …. … ¡El lunes “tol” día!
La mujer que vende uvas se va escopeteada golpeando la puerta con el carro. El resto de clientes sigue cada uno con su matraca particular. De fondo, trajín de periódicos, tazas de café y soniquete de televisión.  

lunes, 24 de octubre de 2011

Es difícil encontrar el camino. Intento a veces quedarme quieto para ver si así se aclara o toma forma. Otras veces me acelero y corro, o doy vueltas. ¿Dónde está el sentido? El cadáver de Gadafi está en un congelador, después de ser cazado en una cloaca tras un todo vale, un puro absurdo que le alcanzó también a él. ¿Pensaría aquel iluminado de los años 60 que acabaría así? Curiosamente esta semana vi esa película de unas cinco horas, “Carlos”, sobre otro iluminado que parece brillar con su idealismo antiimperialista y el empuje de su juventud, para acabar siendo un despojo, un esperpento barrigón, enfermo, patético. Somos por un instante, brevísimo, brillantes o lúcidos, y al siguiente, o durante la mayor parte de nuestra vida, penosos, lamentables. Leonard Cohen decía en su maravilloso discurso de aceptación del premio Príncipe de Asturias que uno ha de buscar su voz y su instrumento, descubrir la voz para ubicar su yo, algo que en el caso de Cohen todavía no ha terminado. También decía que “si queremos expresar la derrota que nos ataca a todos tiene que ser en los confines estrictos de la dignidad y de la belleza”.   

martes, 18 de octubre de 2011

El empeño de arrancar bien la semana, de luchar por lo que a uno le interesa, aunque la imagen de ese interés sea borrosa. Animar lunes y martes con un buen postre o una buena lectura, buscar una buena película, un buen diálogo o una buena cita, buscar algo con luz. No dejarse llevar por la rutina sin más, haciendo túneles o pasadizos que lleven a otras partes, a otros lugares. Un buen pasadizo a un café (quizá con pastel incluido), a un mañaneo, a un rato de lectura a escondidas, a unas chuletitas de ternasco o a una caminata que nos deje cansados, sedientos o hambrientos, al parque en la llegada del otoño, o al párrafo escondido en una historia de Zweig.

¿Cómo había podido olvidar durante tantos años ese poema, esa velada en la que solos en la casa, confusos por ello, huyeron de la embarazosa conversación buscando un punto de encuentro más amable en los libros, donde, detrás de las palabras y de la melodía, de vez en cuando brilla el relámpago que nos permite reconocer un sentimiento íntimo, como la luz que atraviesa la ronda de arbustos, chispeante, intangible, y sin embargo llenándonos de una dicha inefable?”
(de “Viaje al pasado”, Stefan Zweig)

miércoles, 12 de octubre de 2011

La voluntad

Manuel siempre sube por la escalera. También Toni Alarcón o Roberto Sánchez. A veces otros habituales suben silenciosos o usan el ascensor en lugar de la escalera y me cazan desprevenido, como Fernando Asta o Ramón Perdiguer, que ayer vino a ver “Intruders” y me pilló leyendo “Picnic en Hanging Rock”. Otras veces su voz ya destaca antes de que empiecen a subir, desde la planta calle de Renoir. Echo de menos las visitas de Julián Ruiz, que me regaló un día una biografía de Baroja escrita por Arbó. A veces vienen Amparo Martínez, Agustín Sánchez Vidal o Emilio Gastón. Echo de menos la aparición de Joaquín Aranda o Alberto Sánchez. Son y fueron encuentros siempre breves. Es la condena o la maravilla de la fugacidad, según se mire. En estos días imagino que no es real, que cualquier día veré subir la escalera a Félix Romeo. Inquieto, vuelvo a recordarle y busco papeles por casa. Hojeo por un instante su libro amarillo. Aparece la crítica de un libro de Marsé y otro recorte, un retrato que hizo de Labordeta y su voluntad. Lo curioso es que parece que al hablar de la voluntad de Labordeta, hable también de la suya propia. Hay que mantener la voluntad, como sea.


A Labordeta le gustaba recordar que su primera aparición como músico había sido en el viejo casino de Belchite: silbando la melodía de “Sólo ante el peligro”. Al terminar la actuación, un paisano se le acercó para decirle que no tenía ningún futuro y que sería mejor que se dedicara a otra cosa. Le gustaba recordarlo porque la historia tiene algo de película del Oeste, de “saloon” y pistoleros, pero también le gustaba porque explicaba cómo su vida se había forjado gracias a la voluntad: la única forma de hacer las cosas es haciéndolas, sin miedo, con riesgo, con alegría, con entusiasmo y dándole a la opinión de los demás la justa importancia.”
(de “Sólo ante el peligro”, Félix Romeo)

domingo, 9 de octubre de 2011

Una semana que arrancó con propósitos lectores que he cumplido. Poco más. Fríos otoñales del viernes cierzero que me destemplaron un tanto. Fin de semana extraño, ajeno a las fiestas pilaristas, que no me interesan un pimiento. Lecturas de notas y artículos sobre Romeo. Su presencia (lo escrito por él y por otros) y su ausencia. A propósito de la conexión que hice entre él y Pessoa, hallé, casualmente, entre mis papeles, el recorte de su crítica a los “Diarios” de Pessoa: “... es un libro para fans de Fernando Pessoa. Por eso me ha gustado: soy un fan de Fernando Pessoa”. Vuelvo a plegar el recorte. Al final todo acaba siendo un recorte plegado.

Nuestra fugacidad y el absurdo se combaten (sólo un poco) con lo escrito (a menudo plegado). Esta semana terminé “Parte de una historia”, de Aldecoa, la representación de una fugacidad hecha de realidad y ficción, imaginación. La isla Graciosa, en las Canarias, el naufragio, la imprudencia y la desaparición por esa imprudencia, el viaje real y el trasladado a la ficción. Un libro maravilloso y estimulante y arranque, espero, para conocer mejor lo escrito por Aldecoa.

... no logro armonizar esta desmayada realidad con el emanante recuerdo, que, turbio y cálido, me anega.”
(de “Parte de una historia”, Ignacio Aldecoa)

viernes, 7 de octubre de 2011

Félix Romeo ha fallecido hoy a los 43 años. Me aconsejó y animó a escribir. Me preguntó por mis vacaciones, o le guardé unos libros, o una tarta. Me hizo un gesto único al salir de ver una película. Me preguntó que andaba yo leyendo una tarde u otras. Me encontré delante de una foto suya en una exposición de Daniel Mordzinski sobre escritores en la Casa de América de Madrid. Leí muchos jueves su crítica literaria de la página 8 del Artes y Letras del Heraldo, siempre con la caricatura de Grañena al lado. Leí sus columnas del domingo, o compré su libro “Amarillo” en Cálamo tras hojearlo sólo un poco. Fueron encuentros más o menos breves. Volveré a encontrarme con él en lo que escribió y leeré o releeré. Lo conocí sólo un poco. Aprendí.  Somos sólo barcos en la noche, como dice Pessoa.

Barcos que pasan en la noche, sin saludarse ni conocerse”.
(de “El libro del desasosiego”, Fernando Pessoa)

martes, 4 de octubre de 2011



Arranca la semana en la que intento poner orden. No creo que lo logre en gran medida. De momento, rematando libros poco a poco. Todo poco a poco, que no puede ser de otra manera. Se sigue alargando el buen tiempo, y hoy terminé “Cuentos de San Cayetano”, de José Antonio Labordeta. Parece mentira que haya pasado un año sin su luz, la más brillante que teníamos en esta tierra aragonesa. Sin él, ¿quién es el relevo, el referente? ¿Hacia dónde vamos? ¿Dónde mirar? Mientras no haya luz, mientras sigamos en el apagón de su pérdida, nos queda ir recuperando sus libros, sus canciones y aprender de él. Recuerdo apuntar, a raíz de la lectura de “Regular, gracias a Dios”, que Labordeta decía haber pasado de la clandestinidad al desasosiego de sus últimos años. Me ha hecho sonreír varias veces leyendo esos “Cuentos de San Cayetano”, de adolescentes y onanismo, de la gris Zaragoza franquista, del velatorio de un obispo, de sábados de cine, de amistad. Quiero recordarme a mí mismo no olvidar a Labordeta. Tenerle presente a cada momento, su manera de vivir, su dignidad.


Y con el denso olor del incienso y el embrujo de los sombríos rincones de la iglesia donde reposan las cenizas de Don Juan de Lanuza, los compañeros entran con cara de compungidos y, sentados bajo el púlpito, el director espiritual del Central, un viejo cura de ilustres inopias, les acusa con el dedo índice y les dice:
- ¡Arrepentíos, impuros, impúdicos, viciosos! Un día una mano peluda – y hace un gesto hosco alargando el brazo y girando la mano- os sacará las entrañas si antes no os han salido por las narices los sesos exprimidos de tanto vicio.”
(de “Cuentos de San Cayetano”, José Antonio Labordeta)

domingo, 2 de octubre de 2011

Primer domingo de octubre después de una semana que he aprovechado poco. Hoy intento rematarla bien, empezando a leer “Los cuadernos de la Romana” de Torrente Ballester. Leer a Torrente, cuyo trabajo no conozco, es una buena idea para ser un poco menos analfabeto, que es el objetivo fundamental. El final de una semana y el principio de otra predispone a hacer las cosas mejor, al menos durante una semana, como si fuera una pequeña meta, alcanzable. Hay varias pilas de libros acumulados y desordenados cerca de mí en estos días y el camino a seguir no está nada claro.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Desvíos de lo cotidiano

Hay un par de libros empezados en este jueves luminoso y caluroso de finales de septiembre. Algún otro al que no pierdo la vista en mi mesa. Otros aquí cerca en otra pila. Otros dos de la biblioteca pública. ¿Por dónde tiro? Hay un camino marcado, más claro, más obvio. Hay una ruta cotidiana, que te empuja a seguirla; ahí andan el azar, el destino, las circunstancias. Pero de repente, a veces, surge algo inesperado. El otro día R. me invitó a comer en el Gran Hotel. Salgo de la ruta y subimos unas escaleras hasta personas inesperadas y una comida excepcional y única. Salimos de allí y volvemos a lo conocido, a lo cotidiano. Y hoy hay varios encuentros inesperados, azarosos, por la calle, en un desvío cotidiano que nos lleva fuera del lugar en el que normalmente estarías. El desvío lleva a la lectura del libro inesperado, a la película, a un cuadro, o a una mujer. El desvío lleva a lo escondido, quizá sólo a un paso, como esas escaleras del restaurante del Gran Hotel. El desvío a lo no visto. ¿Cuál es el camino?
Al final abro el libro cercano, leído y seguramente releído próximamente, “A moveable feast”, de Hemingway, aquí traducido como “París era una fiesta”. Lo encontré en Madrid, en la cuesta de Moyano, en un desvío. Paso páginas y releo.

... Así mi subconsciente haría su parte de trabajo y entre tanto yo escucharía lo que se decía y me fijaría en todo, con suerte; y aprendería, con suerte, y leería para no pensar en mi trabajo y volverme impotente para rematarlo.”
(de “A moveable feast”, Ernest Hemingway)

sábado, 24 de septiembre de 2011

Amabilidad

Todavía queda gente amable como J., el óptico, al que siempre es agradable ver porque trata todo con sencillez, cualquier problema que le plantean. Cambia las plaquetas de mis gafas y recuerdo que hace un año, o año y pico, me animaba ante cualquier duda o bulla en mi cabeza cuando salió casualmente el tema del libro en el que andaba metido, que no acababa de cuajar. Animaba y animaba. Hoy lo vi como siempre, con ganas, entregado en su oficio, amable. Siempre gusta encontrarse gente así, aunque sea en el mero trato al cliente.

De camino a la óptica aparecían nubes matinales y ese tiempo otoñal cambiante, que luego de repente puede ser luminoso. Queda un día estupendo de septiembre. En la cabeza, la película “Gentleman Jim”, que vi ayer. La película es de Raoul Walsh, del año 1942, con Errol Flynn. El cine de Walsh evoca para mí a la película “El último refugio”, pero también el recuerdo infantil de “Murieron con las botas puestas”, en aquellas sobremesas de sábado en Televisión Española, con clásicos en blanco y negro como las películas de Johnny Weissmuller o los Marx. Ahora son otros tiempos, otros cineastas. En el caso de “Gentleman Jim”, ese es el sabor, el sabor de un cine romántico que hoy en día no encaja, que parece venir de otro planeta, de otro mundo. Hay una escena final, un diálogo entre los dos boxeadores tras el combate, que es pura magia y cine clásico. Y un maravilloso combate en los muelles, en el cogollo de la película. No se si ese es el mejor o el peor cine, pero sí estoy convencido de que es clásico.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Dieciocho días

Dieciocho días para buscar. ¿El qué? No lo sé. Hoy terminaban y el tren quedó parado un buen rato hasta que enviaron otro a recoger a los viajeros. Un viaje en AVE previsto para hora y cuarto que acabó durando más de tres. Mientras, releía un libro de Miguel Sánchez-Ostiz, “Liquidación por derribo”, después de haber terminado en estos días con lo previsto, como un Unamuno (“Abel Sánchez”) y lo no previsto, como Hemingway (“A moveable feast”). Hubo pues, tiempo para el viaje solitario en trenes, en autobuses, a pie. También para estarme quieto. Hubo tiempo caluroso de fin de verano, y un encuentro con D. y la naturbier en Madrid, también la buena comida y la buena compañía en Santander, las grandes caminatas por el rincón de Mataleñas, Somo o Pedreña y la modorra final en Tarragona. Uno de mis viajes, vamos, que no sé si son mejores o peores, pero son los míos. Al final, las ganas de volver a casa y las ganas de tirar para adelante, que no es poco.

... de mi vida empujada, mal dirigida, yo qué sé, un barullo del que precisamente saco la fuerza para seguir con mi escritura, pase lo que pase, rediós, pase lo que pase.”
(de “Liquidación por derribo”, Miguel Sánchez-Ostiz)

lunes, 5 de septiembre de 2011

La fugacidad


La fugacidad del día luminoso con R. y M. El tamaño de un plató de televisión, muy distinto a lo que tu imaginabas viendo simplemente el programa. La fugacidad de la imagen del edificio apuntalado, cuando cruzo por el Portillo. La luz de la tarde de septiembre, del atardecer, sobre la fachada de Casa Emilio. El cansancio del callejeo. La incertidumbre continua por lo que seguirá. La ansiedad. Y todo que pasa. La alegría y la viveza, mezclada con los fantasmas, que siempre andan escondidos, asustando.

Leí los nombres de otros muchos barcos. Copié algunos de ellos en mi diario. Había otros que eran ilegibles. Muchas de las cruces estaban carcomidas y caídas... y faltaban otras. El aire se hallaba sobrecargado de tristeza, y para arrancar de mí aquella sensación deprimente, volví a bordo con ánimo de distraer el curso de mis ideas absorbiéndome en los pormenores de mi viaje.”
(de “A bordo del Spray”, Joshua Slocum)

domingo, 4 de septiembre de 2011

Ser lobo


Un domingo por la mañana para buscar viejos textos, con la ventana abierta por la buena temperatura. Ahí cerca el “Abel Sánchez” de Unamuno que me regaló D. y leeré la semana que viene. También cerca el recuerdo de la genética del cabreo que de vez en cuando me produce algún cortocircuito. Mientras recarga el ordenador, suenan youtubes de Bach, de Nikolayeva y Grimaud. Termino de leer “Las tragedias grotescas” de Baroja, sorprendido por mi desconocimiento alrededor del estallido de la revolución de la “Commune” de París en 1871. Sería interesante repescar “Los últimos románticos” y volver a leer seguidas las dos novelas. En ésta, hay temas fascinantes, descripciones otoñales, el decadente Bengoa, el París de las callejuelas, el vagabundeo por éstas, el estallido anarquista y social contra la injusticia y la manera de vivir del personaje de Yarza.

Aquí está, seguramente, mi felicidad -se dijo Yarza-; esa felicidad tranquila y burguesa tan apetecida por todos los hombres y mujeres de raza vacuna. Aquí debía vivir yo, siendo un buen empleado, económico, puntual, buen padre de familia..., un buen cordero que diese su lana sin protesta. No -exclamó con decisión-, hay que ser lobo... con los dientes limados, con las uñas cortadas, pero siempre lobo.”
(de “Las tragedias grotescas”, Pío Baroja)

sábado, 3 de septiembre de 2011

El propio camino


Hay caminos trillados, fáciles, llevaderos. Luego está salirse por ese otro sendero, que te estropea los zapatos, por el que no sabes si hay charcos, lo que durará el viaje, si te llevará a alguna parte o si andarás perdido, especialmente si lo tomas por primera vez. Me gustan esos caminos. En el cine, recordaba “Tristana” de Buñuel, los delirios, los diálogos imposibles, los interiores escondidos que de repente explotan, los misterios de lo que pensamos, de nuestros instintos. Lo más oscuro de nosotros. Buñuel escapaba de caminos fáciles, de modelos y narrativas cinematográficas para inventar su propio camino, su identidad. Nada más políticamente incorrecto. A veces las películas basculan entre la indefinición, el esperpento, lo genial y lo ridículo. La vida es también eso.

Esa misma sensación tenía ayer, a veces de inquietud, otras de incomodidad, otras de diversión, otras de genialidad, otras del camino sorprendente y no trillado, de la maravillosa sensación de la película que no es predecible, en la que cualquier cosa puede pasar. Menos mal que existen cineastas como Almodóvar y películas como “La piel que habito”. Si no, vaya matraca y pesadez estar siempre viendo lo mismo, películas que no tienen nada que contar y que siguen los mismos caminos marcados por otros. Almodóvar sigue su propio camino.

jueves, 1 de septiembre de 2011

La vuelta de la esquina


Andamos los tres de aquí para allá, sin objetivo claro que no sea la crema pastelera.   ¿Por aquí?   No, mejor por esta calle, cruzando las obras, no encontrando lo buscado.   La charla, la temperatura perfecta del fin del verano.  Mucha gente en la calle.  Dando vueltas y volviendo a deshacer el camino, una crema pastelera que devoramos.   Seguimos andando.  ¿Qué hacemos?  ¿Tiramos por aquí?   De repente giramos por donde no estaba previsto y a la vuelta de la esquina aparece  otra crema pastelera.  Azar.  Decidimos repetir, entramos y R, entusiasmado, dice: "¡Mira, mira, también tienen de nata!".   Salimos contentos, listos para el empacho.   Luego seguimos caminando hasta la plaza de San Francisco, donde nos sentamos cansados.

Los viajes, la confusión, la mañana pesada y los libros, como caminos a los que vuelves, que andas y desandas.  Hoy, un post-it en "Vivir de buena gana", de Miguel Sánchez-Ostiz.

"...esos momentos de todo viaje largo, en los que la mirada se vuelve perezosa, los imponderables se imponen y tu misma vida se convierte en un laberinto."
(de "Vivir de buena gana",  Miguel Sánchez-Ostiz)

martes, 30 de agosto de 2011

El cinéfilo

Entro en el Gancho, en la calle San Pablo. Son las cinco de la tarde. Llamo al timbre y Ramón abre y me advierte que hay que entrar en un patio interior y que saldrá a esperarme. La sede de la tertulia está en un portal al lado de las bodegas. Nunca he estado. En este mundo que hemos construido de franquicias capitalistas, de monobloques de pisos idénticos unos a otros, no es fácil encontrarse con lo distinto. Suelo ser cliente de su bodega para comprar el maravilloso requemado, pero hoy las cajas de vino contienen otra cosa. Nada más entrar me enseña esa mesa de quizá siete metros de largo en la que se reúnen algunos de los cinéfilos de la ciudad, en un reducto de cultura que ya nada más entrar muestra un enorme cartel de Greta Garbo.

Pero Ramón Perdiguer va mucho más allá de la mitomanía por Garbo. De inmediato observo cientos de libros. Está escribiendo sobre Ginger Rogers, investigando en el centenario del nacimiento de la actriz. Tiene que hablar sobre ella en octubre. La máquina de escribir que usa (hay otra tapada), está rodeada de papeles. Hay varias mesas pero la mayor es de unos siete metros. Es la mesa de la tertulia. El viaje arranca y saldrán de boca de Ramón los nombres de Charlot, Gloria Swanson, Ann Sheridan, Ida Lupino, Bette Davis, John Wayne y varias decenas más. ¿Quién les recuerda hoy en día? ¿Quién piensa en ellos? En este observatorio hay una fuerte presencia del sistema estelar de Hollywood. En una antigua revista repasamos antiguas superestrellas, meteoros, estrellas emergentes... Perdiguer es también un cinéfilo astrónomo, fascinado por esas estrellas, y entre ellas, la Garbo, como no.

  • Y éste es un cartel que tiene su historia... Lo encontré en un sobre doblado y mi hermana dijo que había que enmarcarlo. Pero es que tiene una particularidad. Mira el día que se estrenó la película.
  • 1917. 17 de diciembre de 1917.
  • Pero es que en diciembre de 1917 mis abuelos vinieron a Zaragoza y abrieron la tienda.
  • Justo ese día.
  • ¡Ese día! Mi padre tenía 14 años. También era muy aficionado al cine. Y yo tardé diez años en nacer. A mi abuelo paterno no lo conocí.

Me fijo en el título de la película, era una película italiana con temática ajedrecística. De Milano Films. Leo: “Extraordinaria película de originalísimo argumento”. Ramón prosigue con su verborrea y entusiasmo, mientras yo todavía no me he recuperado del todo del calor que hay en la calle.

  • Y esa es Mary Pickford en la última película sonora que interpretó. Se llamaba “Secretos”. ¡Y yo la he llegado a ver!
  • Es que has tenido que ver todas las películas que se han hecho, Ramón.
  • Todas no.

Allí cerca hay una fotografía que muestra a Ramón con cinco años, con sus primos. Está hecha por el fotógrafo Jalón Ángel. El cinéfilo alrededor de 1932.
  • Nos llevó una hermana de mi padre, la mayor, que esa es la que me llevaba al cine, al teatro. Mi afición no era sólo al cine. También el teatro. Mi tía me llevaba barbaridad porque era un chico muy dócil que me adaptaba a todo. Y a lo mejor éstos otros eran más raros.
  • ¿El apellido de donde viene?
  • Se me ha perdido mucho eso... Quiere decir “perro perdiguero”. En Castilla es perdiguero, y en Cataluña todo lo que acaba en “er” es catalán. Y el apellido de mi abuelo paterno, el segundo, también era catalán, Prats.
  • Pero eso lo he llegado a perder, he indagado y no...

Hay, dice, siete mil revistas de cine, desde el mudo hasta la actualidad. Unos cuatro mil libros. A ver lo que se puede ver en una tarde. No mucho. Paramos en un libro y se nos va el tiempo.

  • Los libros de la Taschen son estupendos...
  • ¿Y en tus primeros años de cinéfilo ya había ese desprecio por el cine español, o por los cineastas? Hay como una corriente de desprecio a nuestros actores, a todo lo que lo rodea...
  • Eso es muy injusto. ¡Muy injusto!

Hablamos de algunos de sus amigos cinéfilos, como Pepe Laporta o Jose Luis Lopez Aragües. Apoyado en otros libros está el “Breviario” del añorado Alberto Sánchez.

Surgen más nombres: Wallace Beery, Susan Hayward y Pedro Armendáriz, Claudette Colbert y la película “Medianoche”, Johnny Weissmuller... Aparece otro libro en el que nos detenemos un buen rato, sobre los estudios Astoria de Nueva York: “The Astoria Studio and its fabulous films”, de Richard Koszarski.

  • Por cierto que la primera vez que a mí me dejaron ir al cine yo solo, después de mucho insistir, me dejaron ir a ver “Drácula”. Como debía tener ocho años, luego por la noche no podía dormir. Luego la he visto y he dicho: ¿Esto me daba miedo?

Ramón habla de su predilección por el musical, y de ahí salta a hablar de la Republik, para la que trabajó John Ford. Seguimos andando y Ramón se mueve de un lado para otro, saca otro libro del estante, coge una silla para buscar otro, mientras yo le observo sorprendido, mientras me fijo en un puzzle con el cartel cinematográfico de “El doctor Jekyll y Mr. Hyde”. Está junto a un armario en el que guarda montones de obras de teatro.

Este hombre tiene cajas y cajas llenas no de vino, sino de papeles, de información cinematográfica, teatral, cultural, que le han convertido en alguien distinto, en alguien que se sale de lo habitual. Te das la vuelta un instante y ves una fotografía del rodaje de “Tristana”. Allí están Luis Buñuel y Catherine Deneuve observándole. Al lado, Ava Gardner. Ramón Perdiguer ha viajado, ha leído, ha escapado de lo mediocre. Su curiosidad sigue intacta.

De repente han pasado más de dos horas en este universo. Antes de irme, con el tiempo que viene sacudiendo, me vuelvo e intento retener algo. Ramón sonríe, satisfecho. Y pareciera que también sonríen allí, en sus rincones, los Marx, Bogart, Hedy Lamarr, Harold Lloyd, Peter Lorre, W.C. Fields, Bette Davis o Woody Allen, entre otros. Y también la Garbo, como no.




lunes, 29 de agosto de 2011

Los que desaniman

Como no, el mismo día, las dos caras, la alegría del encuentro, la comida con J & J, la luz, la charla abierta y lúcida, limpia, con Ramón Bilbao como testigo e incitador. Luego, el tipo de personaje del desánimo, de la desilusión, permanentemente oscuro; ni desea la lucha, ni los sueños, ni la pelea.  Se esconde y no transmite.  Y además siendo capitán de barco.  De ahí, de esa gente ni se aprende, ni se saca nada en limpio. Y eso me recuerda el maravilloso párrafo que subraye y envié a D. hace unas semanas. Guerra a los que desaniman. Quizá mi párrafo favorito de lo leído este año. De “Aviraneta”, la biografía en ejemplar de Austral, naranja.

Hasta el amanecer siguió el fuego por una y otra parte.  Estando a estas horas Aviraneta tomando un poco de café, se llegó hasta él un sargento y le dijo que un comandante de artillería estaba desanimando a la gente,  diciendo que era temeraria la defensa.  Dejó el café y con una pistola en la mano subió a la azotea.

- ¿Qué hay, muchachos? -les preguntó-.  ¿Hay valor?

- Sí, señor; hasta vencer o morir.

- Cuidado con desanimarse -les dijo Aviraneta-, y si alguien habla de capitular, se le planta un tiro en la cabeza.

viernes, 26 de agosto de 2011

Aviso


Recién entrado en la piscina, nubes que tapan el sol, corrientes de aire y gente que se resiste a que se estropee el día, como si fuera un aviso de que el verano pudiera terminar en cualquier momento o bien durar unos días, unas semanas más. Nos refugiamos en el pabellón cubierto y algunos se van para casa. Llueve un rato y me siento en una escalera intentando terminar “Al caer la noche”, de David Goodis. Tengo a Baroja (“Las tragedias grotescas”) esperando y no me gusta hacerle esperar. La gente se asoma continuamente y confía en que vuelva a salir el sol. Apenas sale, pero yo me tiro a la piscina, no sea que el verano acabe de repente y yo no me entere.


- Mire -exclamó en ese momento John-. Usted es bastante inteligente. Yo estoy de un lado, usted del otro; eso está claro. Empecemos desde allí. Si quiere seguir viviendo, sólo tiene que decirme donde escondió el dinero. En tal caso le encerraremos mientras hallamos el botín y después le dejaremos ir. ¿No le parece sensato?
- Lo sería, salvo que no sé donde está el dinero. Por eso no me es posible decírselo. ¿No es sensato lo que digo?”
(de “Al caer la noche”, David Goodis)