Bitácora de Sergio Casado

jueves, 24 de octubre de 2013

Bibliotecas

Día de las bibliotecas. Siempre me gustaron. De pequeño iba a la del barrio, luego a la Biblioteca de Aragón. También me gusta ir a la María Moliner. Me gustaría que hubiera más bibliotecas. Cuando no hay pasta para librerías, en las bibliotecas públicas encuentro, como la semana pasada, el cómic de “Blue is the warmest colour”, de Julie Maroh, antes de ver la película que la adapta, o “En el remolino”, de Labordeta (formidable), o un libro de Cendrars que no conocía editado por Rey Lear, o una colección poética de Julio Alejandro o Wislawa Szymborska. Ahí seguimos. Leer más. Leer más. Leer más. Me fijo en lo que decía Antonio Aramayona: “Un Gobierno debería sobre todo impulsar y promover las bibliotecas de todo tipo y condición, hacerlas fácilmente accesibles a todos, extenderlas por todos los barrios y pueblos de España, incentivar el gusto por la lectura, convertir también las bibliotecas en centros vivos de intercambio de ideas y contraste de opiniones”.


Todo se andará día tras día. No te encojas ahora, que aún nos queda camino. Caminemos, despacio, pero sin parar un solo instante.”

(de “En el remolino”, José Antonio Labordeta) 

miércoles, 16 de octubre de 2013

Baroja y Verlaine, vagabundos en el Jardín de Luxemburgo

Anoté el otro día: Me gusta curiosear en librerías y bibliotecas públicas. Hay siempre estanterías que raramente son visitadas, libros que pueden estar inamovibles en el lugar que se les ha asignado, durante meses y años. Y el lector, muchas veces, pasará por sus páginas distraído. Lo leído irá casi siempre al olvido, a un pozo sin fondo. Muchos libros pueden estar escondidos y muchos párrafos de especial brillo quedan enterrados, como caminos por los que raramente pasa algún viajero. Igual pasa con los poemas, anhelos, los sueños del que escribe. Y si no los escribe será como si nunca hubieran existido.
En esa extraña búsqueda de hace unos días, respecto a la obsesión del vagabundo Baroja con el vagabundo Verlaine, encontré en una de las novelas más olvidadas de Don Pío, un texto que tenía que rescatar, para este rincón, para juntarlo con unos versos del poeta, para juntarlos en el Jardín de Luxemburgo:

Por entonces, quedaba todavía en París muy vivo el recuerdo de Verlaine. Luis le había leído hacía poco, y estaba en la fiebre primaria del entusiasmo por sus versos. En algunas calles inmediatas al jardín de Luxemburgo, sobre todo en la de Monsieur Le Prince, entonces llena de cafetuchos y de cabarets, se veían en los escaparates cartas lamentables del poeta, en las que pedía dinero a sus conocidos, cartas que se vendían a tres y cuatro francos a los coleccionistas.
A algunos tipos de hombres ya de edad y a las viejas cocotas que veía en el café d´Harcourt o en la taberna del Panteón, Luis, llevado de su curiosidad por aquel poeta que con sus versos tanto le había deleitado, solía preguntarles: “ Y ustedes no conocían a Paul Verlaine?”.
Ellos y ellas le tenían por un mendigo, que andaba a veces por el jardín de Luxemburgo, siempre con gente desarrapada.
¡Un mendigo! Pero ¡si era un gran poeta!” decía él, con asombro”.
(de “El cantor vagabundo”, Pío Baroja)

Id, pues, vagabundos sin tregua,
Errad, funestos y malditos,
A lo largo de los abismos y de las playas
Bajo el ojo cerrado de los paraísos”.
(de “Grotescos”, Paul Verlaine)


*Imagen de "Un caminante o vagabundo", 1907, Ricardo Baroja. 



domingo, 13 de octubre de 2013

Los muchos Romeos

Ya no puedo ver a Romeo subir por las escaleras de Renoir porque Romeo ya no existe y Renoir tampoco. Ahora estoy en el exilio de mi cine, de mis compañeros, de los clientes, de las películas, de mi silla en la que leía. Queda lo escrito, y por eso resulta formidable lo que Grasa y Puyó han conseguido, al crear, literalmente, una novela, o un diario de lo que fue Félix Romeo. Pasé ayer toda la tarde leyendo “Por qué escribo”, introducida por los dos editores, que con su prólogo te introducen en un libro para leer y releer, para subrayar, el libro en el que Romeo está más presente, de todos los suyos, pues contiene continuos destellos de los muchos Romeos. Está el Romeo de Zaragoza, puesto que el libro es también un libro sobre la ciudad, sobre lo que fue, lo que es, lo que pudo y lo que puede ser; está el Romeo de París o Madrid, de Aberdeen, de la trastienda de Antígona. Y hay otros muchos Romeos en el libro; es un libro para los que aman los libros y las librerías, para los que desearían que su ciudad sea mejor de lo que es, y especialmente para los que se ponen mano a la obra cada día intentándolo.

Me encontré textos que recordaba vagamente haber leído, quizá, muchas veces, junto a un café, cuando aparecieron. Grasa y Puyó logran el milagro de que lo que pocos o muchos habían leído, seguramente olvidado, quede ahora fijado en ese libro, que estará en librerías zaragozanas como Antígona, Cálamo o Los Portadores de Sueños, que estará en la biblioteca de Aragón (si mantienen fondos para comprar libros), que estará en mi casa o en otras casas, que permite crear una cronología de vida, un dietario de vida, reflexionar sobre una manera de vivir, uno mismo, y dentro de la ciudad que a uno le acoge. Más allá de eso, puede abrirse por cualquier página, leerse un párrafo, subrayar aquí o allá. Leyéndolo uno puede entristecerse por lo desaparecido, por los lugares y las personas como Labordeta o Algora o el propio Romeo, o disfrutar lo que todavía existe, de los libros, de Orwell o Satrapi, de Pessoa o el propio Romeo, de los restaurantes o cafés, de la Gran Vía madrileña, del Bacharach o el Dumbo de Zaragoza, del pequeño infinito que aparece recogido en “Por qué escribo”.


La literatura es una locura, quiero decir que es una forma de estar en el mundo diferente, y lo diferente está cerca de la literatura”.
(de “Se quiere otra vida” - “Por qué escribo”, Félix Romeo)












sábado, 12 de octubre de 2013

Frío del otoño

Días de fiestas y momentos fugaces. Joaquín Carbonell y Eduardo Paz en la plaza del Justicia, la otra noche, y el frío que aparece de repente. El paseo junto al río, la noria pilaresca, la tarde que rápidamente se va y se convierte en noche, el concierto de Sinéad O´Connor que ya fue. Mi viejo amigo Jorge, su caída de la bicicleta y el momento en el que me lo cuenta. Una mala película. Ese rato con los amigos y compañeros, refugio, refugios, y mis búsquedas de versos o poemas, para esta bitácora, para que me acompañen. Y mientras el frío del otoño que va en aumento.


... Domina el frío, denso, que hastía,
Colándose como un remordimiento,
Y que incluso llega donde los muertos, ...”
(de “Sub urbe”, Paul Verlaine)