Bitácora de Sergio Casado

jueves, 18 de diciembre de 2014

Últimos días del año, el deseo de independencia en el trabajo, en un nuevo libro. ¿Renunciar al sueño y volver poco a poco a lo real? ¿O seguir hasta los confines de lo posible? Esa es la decisión.

"Hay un antiguo adagio atribuido a Platón que divide en tres escalas de valores a los seres humanos: los vivos, los muertos y los navegantes. Es una apreciación excesiva, pero no seré yo quien desmienta al que la acuñó, como tampoco diré nada en contra de la extremada sentencia de Plutarco: "Navegar es necesario, vivir no lo es", tan aprovechada luego por los divulgadores del pensamiento romántico. Lo digo porque todo aquel que decide, ya sea en un repente fervoroso o después de una meditada elección, mantener unas relaciones más o menos estables con la mar, tiende también a desentenderse de ciertas pautas convencionales de la vida cotidiana."
("Del mar y la memoria", José Manuel Caballero Bonald)

lunes, 3 de noviembre de 2014

El árbol


Es posible guardar un breve instante para resistirnos a la fugacidad. Recogemos una hoja de los árboles del otoño y la guardamos en un libro. Recogemos el libro en un armario y meses después nos lo encontramos. El libro, que encontré en ese rincón mágico de Zaragoza que es Libros del Rescate, es extremadamente placentero al tacto, en la cubierta de papel rojo con el título: "Jardín de la memoria". Al abrirlo los poemas nos invaden. Nos acercamos a uno, a otro, a uno enfrentado al otro en páginas consecutivas. El otoño amenaza y la intemperie puede ser total. Un país descompuesto, con la putrefacción de una sociedad enferma que ojalá despierte. Pero la buena compañía, el rincón acogedor, los afectos y los buenos libros nos ayudarán. José Antonio Labordeta es eterno, infinito en su Parque Grande, y dentro de ese parque, en su Jardín de la memoria.


"Permanece en silencio, solitario, 
en mitad de la plaza
como un pájaro olvidado
o quizás como una nube amaestrada
por vientos tramontanos.
No es ni sombra ni cobijo
de pájaros urbanos. No es, apenas,
el pudor de la tierra
izándose desde la tierra misma
hacia los cielos. Es, tan solo,
un árbol ciudadano
bajo de mi ventana, más próximo al cemento
que a las grandes praderas
donde están sus hermanos
asentados. Tiene la palidez
de un empleado de banco y la turbia
timidez de los abandonados. Tan sólo
cuando pierde las hojas
recuerdo que es un árbol y lo amo."
("El árbol", José Antonio Labordeta)

jueves, 18 de septiembre de 2014

Un libro

¿Y qué hacemos, cuatro años después, sin José Antonio Labordeta? Muy poco. La risa. Atrincherados mientras la desazón se apodera de nosotros, en el Aragón del olvido, de la ignorancia; Aragón aplastado, envilecido, entontecido, dormido. Queda leer a Labordeta; sus libros, todos los libros, son el fortín. Allí resistiremos.  Allí hay que esperar el despertar.

Guarda las más bellas notas
del sublime concierto de la vida.
Lo abres,
lo cierras
y toda la plenitud
de un hombre solitario
te acompaña
bajo los árboles dorados
del otoño."
("Un libro", José Antonio Labordeta)

miércoles, 30 de julio de 2014

Lo minúsculo

El libro, la escritura, como viaje. La lectura de "Micromemoria", de Miguel Mena, hace unos meses, es un vuelo ligero que te lleva a contemplar lo minúsculo, lo muy pequeñito, a la síntesis del recuerdo, de lo vivido, real o ya puro sueño. Y surge de repente lo casual. Me encuentro una tarde a Mena junto a la plaza del Pilar y le comento ese microrecuerdo, el de un concierto de Franco Battiato en Zaragoza en 1986 en el que yo no estuve. Pero soy el puente a una grabación de alguien del pasado, que salva ese sonido, ese microsonido, ese puñado de canciones, que quedan en una cápsula, como un residuo, como un fósil de la música y la voz de Battiato, del joven locutor Mena. Como guiño a lo casual, a lo raro, a lo que nos sorprende, a lo escondido, le dejo una grabación en CD en Radio Zaragoza. Mena vuelve a Mena. Se reencuentra consigo mismo, con su voz.
A los pocos días me telefonea, me agradece la grabación, ese microsonido, esa micromemoria atrapada en la tela de araña y me dice que junto a otros compañeros, escuchándola, casi treinta años después, le decían que la voz era la misma, que no había cambiado. ¿Será que Mena es el mismo Mena? ¿Somos los mismos? No lo sé. Somos apenas esa micro, muy micromemoria.

"Recuerdo a Franco Battiato hablando en italiano con Sandro D´Angeli y yo en medio de ambos, en el centro de gravedad permanente, disfrutando de aquella conversación que sonaba a música cálida y envolvente."
(de "Micromemoria", Miguel Mena)

miércoles, 23 de julio de 2014

Los jardines de la guerra

En verano, en momentos puntuales, el Absurdo parece más Absurdo. También la muerte. Como la de Ana María Matute, o Ignacio García-Valiño, o Álex Angulo. Es un espanto que se aparece en la madrugada, o a mitad de la tarde, que nos aterroriza y para el que no encontramos respuesta. Es la muerte en forma de bombardeos, como sucede en Gaza. Es el avión en el que confiados viajeros cruzan el espacio aéreo de Ucrania sin saber que están a a punto de desaparecer. Cada día que vivimos es milagroso. Pero cada día, el Absurdo puede aparecer, escondido en un recoveco, en un rincón, en una bocacalle.

Afortunadamente, la magia, o lo milagroso, también aparecen aquí o allá, de repente. El Cabo de Buena Esperanza, en nuestra travesía, está en un paseo por el Parque Grande de José Antonio Labordeta, está en la constante búsqueda de libros luminosos. Para el lector, como en mi caso, con Stefan Zweig las posibilidades son mayores al sumergirse en su obra. Ante el absurdo de la guerra, de los bombardeos nazis, Zweig encuentra una respuesta en esos jardines. Junto con “Mendel, el de los libros”, “Los jardines de la guerra” es otro de los tesoros del escritor austríaco. Leerle es cultivar nuestra mente, para resistir los bombardeos del Absurdo.



Y esta hora diaria o esta media hora entre flores, plantas y frutos, entre las cosas eternas de la naturaleza, este lapso de total disociación de los acontecimientos y los negocios, me parece que origina con su poder de alivio –su relaxing- aquella maravillosa calma del inglés, que no logramos comprender o, por lo menos, alcanzar. En un mundo modable y destructible, deben recordar todos los días que lo esencial del mundo en que vivimos, su belleza, su serenidad, no pueden ser rozadas por el desvío de las guerras y las locuras de la política; cuando comienzan el día o lo terminan, en este contacto han recibido fuerza y calma, que, sumadas en millones de seres, aparecen en toda la nación como carácter, como temperamento; … ...”

(de “Los jardines de la guerra”, Stefan Zweig)

*Fotografía: Parque Grande de José Antonio Labordeta, Zaragoza, Verano 2014.  (Elena Sánchez).
*Pinchando aquí, puede leerse "Los jardines de la guerra" completo.  

lunes, 16 de junio de 2014

Los abismos creados

Ante la incertidumbre permanente, queda intentar entenderla, moldearla, adaptarse a ella, cambiar de piel cada día intentando esquivarla, burlarla, observarla sin que te mire con toda su intensidad, que te ciega y te aplasta. Varado en esta bitácora, en la lectura consciente y permanente, no dejo escapar al más reciente Miguel Sánchez-Ostiz, ejemplo de una literatura honesta y descarnada. Seguir su trayectoria es seguir el sendero de los pros y contras de la lucidez ante lo que está pasando, ante el derrumbe de lo que conocíamos, ante los abismos creados, que no podíamos imaginar, ante las ruinas producidas por el paso del tiempo.

"Poco importa si lo que ves, lees o escribes está muy visto si te sirve para espantar el murciélago, ese pájaro sombrío que te ronda de día y de noche; te tiene que resbalar, si no, estás perdido."
(de "Con las cartas marcadas", Miguel Sánchez-Ostiz)

domingo, 27 de abril de 2014

Quietos los árboles

Caminar allí y acercarse a los árboles. Detenerse ante ellos. Caminar a lo que fue, a lo que es y todavía existe. Ahí cerca, unas pedaladas, o un paseo hasta el Parque Grande, orgulloso de su nombre, José Antonio Labordeta, permanente recuerdo de la promesa de tenerle presente, de leerle, de releerle. La búsqueda de sus poemas, de su narrativa, de sus artículos, de su discurso, de su fantasma, del Jardín de la Memoria, frente a la Paletonia, la ignorancia, lo vulgar, lo que nos ha deshumanizado y nos pudre por dentro. Para eso están los árboles, las flores que lo plagan en la primavera que libera de la intemperie. Esa primavera que ha de ser de lucha y resistencia. Observarlos. Los árboles. Quietos los árboles en el Parque Grande José Antonio Labordeta.

"Quietos los árboles del paisaje
las voces íntimas
se refugian en los lejanos hogares olvidados.
Todo está como estuvo siempre
menos tú y yo,
corazón, cansados ya de albergar utopías."
("Quietos los árboles", José Antonio Labordeta)

miércoles, 19 de marzo de 2014

Fantasmas

He pasado buena parte del invierno poseído por el trabajo para reunir los textos, poemas, cuentos, críticas, del desaparecido Manolo Marinero. Es un libro que existe, allá, en un estante misterioso, en alguna parte, un libro antología que quiere hacerse. Y publicarse. No es mi voluntad. Es la suya. La voluntad de ese libro que quiere ser. Está allá, en ese estante único, al que sólo yo podré o no podré acceder. Nadie lo leyó nunca. Hay polvo, herrumbre, pero quiere ser descubierto. Quiere que yo lo coja y lo abra, quiere la portada de Lizano, la reivindicación de lo desvanecido, el cine y la vida que fue, el sueño que puede ser por un instante recuperado, antes de volver a su estante, al olvido, al misterio.

Así, sin darme cuenta, entré en Marzo, pensando si debo seguir persiguiendo fantasmas, de todo tipo. Todo es un fantasma.



Y el cine es el resquicio de la buena gente, la rendija, el opio del agnóstico”
(Manolo Marinero)