Bitácora de Sergio Casado

miércoles, 30 de julio de 2014

Lo minúsculo

El libro, la escritura, como viaje. La lectura de "Micromemoria", de Miguel Mena, hace unos meses, es un vuelo ligero que te lleva a contemplar lo minúsculo, lo muy pequeñito, a la síntesis del recuerdo, de lo vivido, real o ya puro sueño. Y surge de repente lo casual. Me encuentro una tarde a Mena junto a la plaza del Pilar y le comento ese microrecuerdo, el de un concierto de Franco Battiato en Zaragoza en 1986 en el que yo no estuve. Pero soy el puente a una grabación de alguien del pasado, que salva ese sonido, ese microsonido, ese puñado de canciones, que quedan en una cápsula, como un residuo, como un fósil de la música y la voz de Battiato, del joven locutor Mena. Como guiño a lo casual, a lo raro, a lo que nos sorprende, a lo escondido, le dejo una grabación en CD en Radio Zaragoza. Mena vuelve a Mena. Se reencuentra consigo mismo, con su voz.
A los pocos días me telefonea, me agradece la grabación, ese microsonido, esa micromemoria atrapada en la tela de araña y me dice que junto a otros compañeros, escuchándola, casi treinta años después, le decían que la voz era la misma, que no había cambiado. ¿Será que Mena es el mismo Mena? ¿Somos los mismos? No lo sé. Somos apenas esa micro, muy micromemoria.

"Recuerdo a Franco Battiato hablando en italiano con Sandro D´Angeli y yo en medio de ambos, en el centro de gravedad permanente, disfrutando de aquella conversación que sonaba a música cálida y envolvente."
(de "Micromemoria", Miguel Mena)

miércoles, 23 de julio de 2014

Los jardines de la guerra

En verano, en momentos puntuales, el Absurdo parece más Absurdo. También la muerte. Como la de Ana María Matute, o Ignacio García-Valiño, o Álex Angulo. Es un espanto que se aparece en la madrugada, o a mitad de la tarde, que nos aterroriza y para el que no encontramos respuesta. Es la muerte en forma de bombardeos, como sucede en Gaza. Es el avión en el que confiados viajeros cruzan el espacio aéreo de Ucrania sin saber que están a a punto de desaparecer. Cada día que vivimos es milagroso. Pero cada día, el Absurdo puede aparecer, escondido en un recoveco, en un rincón, en una bocacalle.

Afortunadamente, la magia, o lo milagroso, también aparecen aquí o allá, de repente. El Cabo de Buena Esperanza, en nuestra travesía, está en un paseo por el Parque Grande de José Antonio Labordeta, está en la constante búsqueda de libros luminosos. Para el lector, como en mi caso, con Stefan Zweig las posibilidades son mayores al sumergirse en su obra. Ante el absurdo de la guerra, de los bombardeos nazis, Zweig encuentra una respuesta en esos jardines. Junto con “Mendel, el de los libros”, “Los jardines de la guerra” es otro de los tesoros del escritor austríaco. Leerle es cultivar nuestra mente, para resistir los bombardeos del Absurdo.



Y esta hora diaria o esta media hora entre flores, plantas y frutos, entre las cosas eternas de la naturaleza, este lapso de total disociación de los acontecimientos y los negocios, me parece que origina con su poder de alivio –su relaxing- aquella maravillosa calma del inglés, que no logramos comprender o, por lo menos, alcanzar. En un mundo modable y destructible, deben recordar todos los días que lo esencial del mundo en que vivimos, su belleza, su serenidad, no pueden ser rozadas por el desvío de las guerras y las locuras de la política; cuando comienzan el día o lo terminan, en este contacto han recibido fuerza y calma, que, sumadas en millones de seres, aparecen en toda la nación como carácter, como temperamento; … ...”

(de “Los jardines de la guerra”, Stefan Zweig)

*Fotografía: Parque Grande de José Antonio Labordeta, Zaragoza, Verano 2014.  (Elena Sánchez).
*Pinchando aquí, puede leerse "Los jardines de la guerra" completo.