Es
posible guardar un breve instante para resistirnos a la fugacidad.
Recogemos una hoja de los árboles del otoño y la guardamos en un
libro. Recogemos el libro en un armario y meses después nos lo
encontramos. El libro, que encontré en ese rincón mágico de
Zaragoza que es Libros del Rescate, es extremadamente
placentero al tacto, en la cubierta de papel rojo con el título:
"Jardín de la memoria". Al abrirlo los poemas nos
invaden. Nos acercamos a uno, a otro, a uno enfrentado al otro en
páginas consecutivas. El otoño amenaza y la intemperie puede ser
total. Un país descompuesto, con la putrefacción de una sociedad
enferma que ojalá despierte. Pero la buena compañía, el rincón
acogedor, los afectos y los buenos libros nos ayudarán. José
Antonio Labordeta es eterno, infinito en su Parque Grande, y dentro
de ese parque, en su Jardín de la memoria.
en
mitad de la plaza
como
un pájaro olvidadoo quizás como una nube amaestrada
por vientos tramontanos.
No es ni sombra ni cobijo
de pájaros urbanos. No es, apenas,
el pudor de la tierra
izándose desde la tierra misma
hacia los cielos. Es, tan solo,
un árbol ciudadano
bajo de mi ventana, más próximo al cemento
que a las grandes praderas
donde están sus hermanos
asentados. Tiene la palidez
de un empleado de banco y la turbia
timidez de los abandonados. Tan sólo
cuando pierde las hojas
recuerdo que es un árbol y lo amo."
("El árbol", José Antonio Labordeta)
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