Bitácora de Sergio Casado

viernes, 4 de noviembre de 2011

El misterio y el absurdo a veces van de la mano. A raíz de la lectura de “Picnic en Hanging Rock”, de Joan Lindsay, era una buena oportunidad volver a ver la película de Peter Weir. El australiano siempre encuentra un fuerte apoyo, ante el texto que adapta al cine, en los pilares de ambientes musicales, que dotan a su cine de un peculiar ritmo y personalidad. Ya era así en 1975, con esta película, que anoche volvió a inquietarme, y en algún momento, a ponerme realmente nervioso, a pesar de que ya conocía la trama sobradamente, incluso en detalles que aparecen en la novela de Lindsay pero no en la película de Weir. Hanging Rock sirve como metáfora de transición entre la inocencia y la sexualidad, entre la vida y la muerte, la luz y la noche, la lucidez y la locura, el paso del tiempo y/o la ausencia de éste. Y en medio de todo, el absurdo, el misterio y la influencia que la muerte, el conocimiento de ésta, la marca que queda en los que todavía estamos aquí, la marca de los que se fueron y conocimos. O no conocimos, pero que dejaron algo que les representa, algo escrito, algo creado por ellos. Casi mayor que el misterio del ser que desaparece, están las distintas maneras en las que afronta la pérdida, la ausencia, el que se queda todavía en el lado de la luz, de la vida.

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