Bitácora de Sergio Casado

lunes, 30 de enero de 2012

Puente de San Valero, rosconero, ventolero y más que friolero. El ánimo va y viene y se trata de ir bien provisto de viejos jerseys que abriguen, bufandas de la abuela y algún pastelaco para momentos de incertidumbre. Pasó el domingo viendo el tenis, la final de Australia que duró más de cinco horas, con Djokovic y Nadal luchando y dándolo todo, en un supremo esfuerzo físico que está muy bien para el que gana y sigue en la ilusión de la victoria. El que pierde, supongo, se mete en un túnel bien negro. La moraleja, para ambos, es que hay que pelear. No queda otra. Ese túnel es el que va paralelo a ese precipicio, a ese abismo del absurdo, de como lidiar con él, un tema que da para toda una vida. Y por la tarde remato ese paseo por el absurdo que es “Patrimonio” de Philip Roth. Es la historia verdadera de las piedrecitas que caen junto a tus pasos, que caen en ese abismo, antes de irte tú, directo, a ese agujero, al olvido. Un libro formidable y desolador.

Me quedé mirándolo atentamente, como si hubiera sido la primera vez, esperando que se me presentasen los pensamientos. Pero no hubo ninguno más, excepto la recomendación que me hice de fijarlo en la memoria cuando él estuviera muerto. Quizá pudiera evitarse, así, que con el paso de los años mi padre se trocase en algo atenuado y etéreo. “Tengo que recordar con precisión”, me dije. “Tengo que recordarlo todo con precisión, para poder recrear en mi mente el padre que me creó, cuando él ya no esté.” No hay que olvidar nada.”
(de “Patrimonio”, Philip Roth)

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