Bitácora de Sergio Casado

miércoles, 21 de marzo de 2012

Lluvia y día oscuro, oportunidad para buscar y encontrar un rato no malgastado, no mal empleado, en un cuento de Jack London, precioso, admirable, que eclipsa otras lecturas del montón, que eclipsa estos días finales de invierno, de mediocres y mediocridades, de ratos de tedio y duda. Si leo algo y no funciona, si me distraigo, si no me interesa, si me parece que lo que leo trampea, busco los grandes nombres, y entre ellos London, y no es casual que aparezca esa luz intensa de la verdad, en la historia de un boxeador para el que no hay segunda oportunidad, con una juventud que no volverá. Tom King resistirá, peleará, se entregará hasta el final.

Pocos años antes, en los días felices de su propia imbatibilidad, Tom King se habría divertido y aburrido con estos preliminares. Pero ahora permanecía sentado, fascinado, incapaz de apartar de sus ojos la visión de la juventud. Siempre surgían estos jóvenes en el boxeo, saltando a través de las cuerdas y gritando su desafío, y siempre se hundían las viejas glorias ante ellos. Trepaban hacia el éxito sobre los cuerpos de las viejas glorias. Y seguían llegando más y más jóvenes -juventud inextingible e irresistible-, y seguían expulsando a las viejas glorias e iniciando el mismo camino descendente, mientras que, tras ellos, empujándoles eternamente, estaba la eterna juventud, los nuevos recién nacidos, que crecían llenos de codicia y empujaban a sus mayores hacia las profundidades, empujados a su vez por otros recién nacidos hasta el fin de los tiempos, la juventud que impone su voluntad y nunca morirá.”
(de “Un pedazo de carne”, Jack London)

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