Vagabundear
durante la semana entre libros, entre párrafos, entre poemas de
Labordeta ante los naufragios de los barcos, con Andreyev y sus
espectros, con Cendrars trotamundeando y Delibes en Castilla la
Vieja. Gracias a las librerías de viejo y a las bibliotecas, de
nuevo. ¿Qué hacer sin ellas? Nada. El ridículo. Menos mal
que existen, y se va uno a la biblioteca del barrio y hojea poemas de
Guinda o Sánchez-Ostiz, encuentra el guión no filmado por Erice, o
los textos recopilados de Ángel Fernández-Santos, o a Orwell, sin
blanca en París y Londres. Semanas así leyendo sin parar, como en
los mejores viajes. Porque los libros son los mejores viajes.
Libres y Libros.
"Por
ejemplo, uno descubre el secreto que comporta la pobreza. De golpe
uno se encuentra con que sus ingresos han quedado reducidos a seis
francos diarios, pero naturalmente no se atreve a admitirlo y tiende
a creer que sigue viviendo como hizo siempre. Ante todo se cae en
una red de mentrias, pero ni con ellas se consigue anda. Dejas de
mandar la ropa a la lavandería, te encuentras con la lavandera por
la calle y te pregunta por qué; tú balbuceas algo, y la lavandera,
convencida de que envías la ropa a otra parte, se convierte en
enemiga tuya para el resto de tu vida. El estanquero te pregunta por
qué has dejado de fumar. Hay cartas que quisieras contestar, pero
no puedes porque los sellos son demasiado caros. Todos los días, a
las horas de comer, uno sale de manera ostensible hacia el
restaurante y se entretiene una hora en los jardines de Luxemburgo
contemplando las palomas. Después llevas la comida a casa en los
bolsillos. La comida se compone de pan y margarina, o pan y vino, y
hasta su índole está condicionada por la mentira. Tienes que
comprar pan de centeno en lugar de pan casero, porque los panecillos
de centeno, aunque más caros, son redondos y caben más fácilmente
en los bolsillos. ..."
(de
"Sin blanca en París y Londres", George Orwell)
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