“ Porque
sólo la creación apasionada triunfa del olvido”
(Antonio
Machado, “ Juan de Mairena”)
“Madrid,
1987”, de David Trueba, pudo verse en Zaragoza gracias a la
colaboración del Paraninfo de la Universidad en el verano de 2012.
Nadie la había estrenado. Estábamos y seguimos estando metidos en
una borrasca de cines cerrados, bibliotecas sin presupuesto para
libros y profesores recortados. Los profesores siguen siendo
nuestra esperanza y nuestra lucha en 2013 y ahora llega a las salas
la que en principio pudo titularse “Almería, 1966” y finalmente
ha resultado ser “Vivir es fácil con los ojos cerrados”, segunda
película de una serie que Trueba define como trilogía de
“personajes insignificantes en fechas no relevantes, para
evidenciar mi idea de que las sociedades las cambian la gente común
y no los nombres que pueblan los libros de historia”.
Un
profesor de inglés encarnado por Javier Cámara emprende un viaje en
su SEAT 850, en el año 1966, hacia Almería, con el deseo de conocer
a John Lennon (que se encuentra allí rodando una película con
Richard Lester), con cuyas canciones enseña inglés a sus alumnos.
Fueron usados dos coches durante el rodaje y el de la ficción fue
bautizado como "Alfredo", homenajeando al actor
desaparecido: “Le puse de nombre Alfredo porque su cara me
recordaba mucho a la de Landa, que murió justo al comenzar el
rodaje; funcionaron de maravilla, aguantaron todo el rodaje, eran
rocas y estábamos todos enamorados del coche. Fue mi idea de coche
desde el principio porque lo tenía asociado a uno que tuvo uno de
mis hermanos, que era idéntico, de idéntico color y que un día nos
quitó definitivamente la policía en el semáforo de Cibeles, porque
ya no conseguíamos pasar la ITV con él”.
“Artículos
de ocasión”, libro recopilatorio editado en Zaragoza por Xordica
en 1998, tenía un prólogo del profesor Tomás Fidalgo que planteaba
dudas sobre el futuro del entonces (y ahora) articulista, guionista,
novelista y cineasta. Fidalgo era un tanto duro y su prólogo un
puro delirio. Aquel libro del joven Trueba ya tenía buenos
artículos como “Plácido U.S.A” o “Las cenizas de Julio
Alejandro”, que apuntaban lo importante que son los compañeros de
oficio, los amigos, que son maestros y convierten a un joven cineasta
en lo que ha llegado a ser. Los maestros de Trueba han sido
actores: “Desde mi primer guión, donde hasta
tenía una escena como actor junto a Cassen, siempre he sentido
veneración por ciertos actores; si algo me gusta de Cámara es que
no desentonaría en una película junto a Pepe Isbert y Manolo
Aleixandre”.
Se
me ocurre la idea de una carrera, de un rumbo bien trenzado, desde
que Trueba encadena “La silla de Fernando” (codirigida con Luis
Alegre, película conversación con Fernando Fernán Gómez), la
serie de televisión “¿Qué fue de Jorge Sanz ?” (quizá su
mejor trabajo) y “Madrid, 1987” con Pepe Sacristán y María
Valverde. Son películas realizadas con precariedad de medios,
aunque con entusiasmo a raudales. Pero Trueba, a quien leo y sigo,
cineasta de esos en los que busco algún tipo de humor e iluminación,
me lo desmiente: “La idea de carrera es siempre un error que te
lleva a autocitarte; cada paso responde más a mi propio apetito que
a una idea de rumbo, que no me interesa en absoluto”.
Si
ese rumbo no existe, existen esas películas, afortunadamente.
Existieron Rafael Azcona, y Julio Alejandro, por ejemplo, y ellos son
ahora parte de David Trueba, que así se ha convertido en una especie
de árbol único y extraño; se ha convertido en un cineasta que es
de Madrid, pero también de Zaragoza o de Logroño. Todos ellos
están en ese viaje en SEAT 850 hacia Almería. Porque sin un Juan
de Mairena, sin maestros, el arbolito difícilmente puede crecer por
sí solo y convertirse en un gran roble. Un profesor nunca puede
rendirse. Les necesitamos desesperadamente. El profesor que
interpreta Javier Cámara, para Trueba, está inspirado en un
profesor real, que existió, que sigue existiendo hoy en día, el que
representa la dignidad moral, el que todos queremos encontrarnos en
nuestro camino, en esta borrasca en la que vivimos. Porque somos
niños que necesitamos al maestro. Y así nos quedamos, con unos
versos de Julio Alejandro: “una mano de niño, se adentra, sin
acucia, en la borrasca”.
*"Los maestros de David Trueba": texto publicado en Heraldo de Aragón, Artes & Letras, página 8, 31 de Octubre de 2013
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