En
medio de cierzos fríos, en la singladura de Julio Alejandro,
encuentro un muro, como aquel de Roger Waters, como los que nos
atenazan a diario, como la valla de África y Europa, como el mar
cercarno a Lampedusa, como los vacíos y hastíos y oscuridades del
otoño, como esa pared firme de corrupciones, chapapotes olvidados,
televisiones absurdas y podridas, faros apagados y abandonados. Y
frente a ese muro encuentro también un martillo, el que Labordeta
proponía para derribarlos, un poema que es en sí mismo un pequeño
martillito para guardar en nuestros cuadernos, en nuestras notas,
para leerlo, releerlo y nunca dejar de pensar en tumbar los muros,
para no dar la espalda a los que quedan/quedamos encerrados en ellos.
No
hay paisaje.
Un
repetido muro
de
sombras implacables.
Asustado
pregunto:
¿Estoy
mirando adentro
de
mí mismo?
("El
muro", Julio Alejandro)
"Un
martillo.
Para
batir el aire
a
golpes.
Ocultar
el silencio
con
el sonido leve de su grito
y
luego abrir,
en
la pared, un hueco
para
mirar el final
de
la intemperie." ("Un
martillo", José Antonio Labordeta)
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