Se
fue el septiembre estupendo y llegan unos días oscuros, de lluvia.
Por las mañanas voy a la universidad. Por las tardes leo mientras
espero que el tiempo aclare. O no aclare y haya que recogerse más.
Aunque uno se quede quieto, en casa, leyendo, con un buen café,
quizá comiendo alguna galleta, puede uno andar en pleno
desconcierto, sin brújuja, perdido, como cuando no das con la calle
adecuada. O como cuando callejeas. Por eso quizá subrayo un
fragmento del reciente "Diario de invierno" de Auster, un
viaje de enumeración, de recuerdos que vienen y van, que se unen en
una especie de corriente de la consciencia del autor, que escupe una
especie de diario, o autobiografía, o parrafada que va de 1947 a
2011, al Auster de 64 años, al Auster que ya siente la vejez, que
siente que algo se le escapa entre las manos. Su vida. El libro,
como esa vida, a veces brilla, a veces es una pura enumeración
cansina. No me detengo.
“Siempre
perdido, equivocándote siempre de dirección al tomar un camino,
siempre sin llegar a parte alguna.”
(De
“Diario de invierno”, Paul Auster)
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