Han
pasado 62 días, si no cuento mal, desde que se acabó esa rutina que
habían sido los últimos diez años para mí. Rutina la mayor parte
del tiempo agradable y agradecida. Pero ya pasó y ahora voy como
un pato mareado, de aquí allá, tren va y tren viene. La extraña
necesidad de no quedarme quieto, como si eso fuera peligroso. No sé
si estoy en lo cierto, pero en eso sigo. Y sólo paro un rato, en
este mareo, para leer o escribir un rato, para recoger uno de los
libros pendientes o imaginar que soy capaz de escribir algo nuevo que
sea convincente para mí. Vuelvo hoy de un viaje de un día a
Barcelona, paseo gótico y de Barrio Chino, con J. , con una caminata
constante y fugaz que me lleva a A. y M, al barrio de Gracia, al
instante de una copa que saboreas e intentas mantener en el tiempo.
Pero ya pasó, ya volví, ya estoy otra vez con mis libros y mi
bitácora, con mi confusión, con mi incertidumbre.
“-
¡Qué raro es todo, eh! ¿Verdad que todo es rarísimo?”
(de
“La hermandad de la buena suerte”, Fernando Savater)
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