Un mes
laboralmente para olvidar, o inolvidable, según se mire. De no
pegar ojo, tenso, nervioso, pero con ganas de batallar y pelear.
Cuando nos llaman al rincón, como boxeadores, me tomo un Jack
Daniel´s, pero sabiendo que hay otro asalto, y luego otro, y luego
otro. Y escapo unos días a Madrid y empiezo a leer “El gran
torbellino del mundo” de Baroja. Es un puro placer, un libro
precioso y conmovedor. Leo parte de él durante el viaje en tren y
lo remato en este domingo caluroso en Zaragoza, que más que
primaveral parece ya veraniego. Las últimas páginas son de una
belleza insólita. Sólo queda abrir la página que sigue, ver como
continúa la historia.
“Las
muchachas, muy decididas y alborotadas, daban vueltas en el tiovivo y
se columpiaban con verdadera furia. Los chicos miraban con
admiración aquel torbellino de figuras doradas, y de espejos, todo
rojo, reluciente, que daba vueltas vertiginosas, acompañado de las
notas chillonas de un orquestón."
(de
“El gran torbellino del mundo”, Pío Baroja)
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