Llega el invierno y se va uno aprovisionando de guantes, bufandas y gorros. Cae uno en la pinza de chocolate ocasional, en el turrón artesano de nueces, en un buen trozo de queso para recuperar energías a cualquier hora. Vaya hambre. El frío intenso siempre me recuerda pasajes de Jack London, de viajeros enterrados en la nieve, de perros hambrientos que tiran y tiran de trineos en lugares desolados. A veces surge la pequeña hoguera, la bebida caliente, la dureza de los hombres curtidos en esos viajes. Anoche, en vez de hacer caso de la matraca del fútbol, volví a echar mano de un pequeño libro de London, buscando uno de sus fragmentos llenos de verdad, donde late la mejor literatura, donde uno encuentra provisión para el viaje en la Alaska de lo cotidiano.

(de “El silencio blanco”, Jack London)
No hay comentarios:
Publicar un comentario