Me
encontré con unos textos de Baroja a propósito de un viaje que hizo
a París en 1899, cuando contaba 27 años de edad y ya había perdido
a un hermano, la ilusión por su oficio de médico, y había
decidido lanzarse de cabeza a la literatura. Ya era un admirador de
Paul Verlaine, y a propósito de esto apunté sus palabras: “Recordé
aquella poesía de Verlaine: la canción del otoño, tan triste, tan
sentida. Quizá se inspirara en este jardín del Luxemburgo en
donde el poeta paseaba, arrastrando sus piernas, fumando su pipa mal
oliente, haraposo, sucio, repulsivo, con los estigmas de los vicios
fijados en su rostro, montón de barro inmundo, en donde por
casualidad, había caído una delicada perla”.
De ahí
di el salto a un Baroja hastiado, exiliado en París, cuarenta años
después. En 1939, un instante después, Baroja volvió a pasear
por esos jardines, y de nuevo evocó al poeta admirado, en su poema
“Jardín del Luxemburgo”: “Brumas, tristezas, dolores / del
otoño parisién / sus mágicos esplendores / en los versos de
Verlaine”.
Busqué
esos versos y encontré varias traducciones del poema. Lo dejé así:
De
violines
Del
otoño
Hieren
mi corazón
De
abatimiento
Monótono.
Apagado y
Tembloroso,
cuando
huyen
las horas,
Recuerdo
Los
días que se han ido,
Y
lloro.
Y
me voy
Que
me empuja
Aquí
y Allá,
Como
si yo fuera
Hojarasca”.
(“Canción
de otoño”, Paul Verlaine)
*Retrato de Verlaine por Edmond Amat-Jean.
*Retrato de Baroja por Ricardo Baroja.
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