

Esa misma sensación tenía ayer, a veces de inquietud, otras de incomodidad, otras de diversión, otras de genialidad, otras del camino sorprendente y no trillado, de la maravillosa sensación de la película que no es predecible, en la que cualquier cosa puede pasar. Menos mal que existen cineastas como Almodóvar y películas como “La piel que habito”. Si no, vaya matraca y pesadez estar siempre viendo lo mismo, películas que no tienen nada que contar y que siguen los mismos caminos marcados por otros. Almodóvar sigue su propio camino.
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