Bitácora de Sergio Casado

domingo, 24 de noviembre de 2013

Nunca olvidaré un pase en el Pedro Cerbuna de la película "El sol del membrillo", de Víctor Erice. Antes de la proyección se nos hizo entrega de un pequeño librito que contenía un texto de Erice titulado "Cine y poesía". Aquel texto, precioso, que reflexionaba sobre el cine como revelación, quedó guardado entre mis libros, unido al recuerdo de aquella película, a la presencia del propio Erice, allí cerca. Y lo rescaté hace unas semanas porque mi amigo D. estaba interesado en leerlo. A raíz de aquello busqué otros textos de Erice, maravillándome con la sensibilidad en su escritura en pequeños ensayos o artículos dispersos. Y acabe leyendo por fin el guión de "La promesa de Shanghai", adaptación de Erice a un texto de Marsé, a la que el cineasta dedicó varios años de trabajo para acabar no pudiendo rodar la película. Otra de esas películas proscritas, que no consigue rodarse, o que no consigue ir más allá del trabajo en el guión, o que se hace pero apenas nadie la ve, o que se hace, se ve, pero pasa pronto al olvido. En realidad la mayoría de las películas, en su fugacidad, pasan pronto al olvido. A veces las olvidamos recién vistas. En otras ocasiones quedan como un buen o mal recuerdo, o quedan en aquella escena que nos inquieta, o quedan de cualquier otra manera. Erice se refería en aquel texto sobre la poesía y el cine a este último como revelación, al instante, el momento preciso en que vemos la película. Pura fugacidad. Todo pasa, y también el cine, que es la vida. Están hechos de la misma materia, que se destruye.
Afortunadamente, el guión de Erice se publicó, y lo encontré en la biblioteca del barrio. Una belleza, sin más. Leyéndolo tenía la sensación de estar ante una obra maestra. En momentos puntuales también sentí algún tipo de revelación, imaginando la película, las escenas. ¿Cómo hubieran resultado? Pero esta vez el cine adoptaba no la forma de imagen y sonido, sino la de la palabra escrita. Y tuve la sensación de que también era cine. Porque también tuve la sensación de la revelación, esa que se produce al cruzar el umbral del sueño.

CAPITÁN BLAY
Por allí se va al combate... y también a la dignidad.
/ Blay indica ahora el lado opuesto./
CAPITÁN BLAY
A este lado queda la vida regalada, el deshonor y la cobardía...”

(del guión cinematográfico “La promesa de Shanghai”, Víctor Erice)

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Más libros. Un parapeto. Una resistencia. Muchos fantasmas. Cansancio. Frío. Necesito tener más libros cerca, leerlos, hojearlos, refugiarme en ellos. Si uno desilusiona, buscar al otro, que está ahí cerca, en la pila, que ilusiona, que es verdadero. No todo pueden ser desilusiones en Villa Paletonia. Martillear para abrir ese hueco en el muro y ver el final de la intemperie. Si ésta tiene fin.

"... y la memoria evocaba algo que quizá no había existido nunca."

(de "Los espectros", Leonid Andreyev) 

martes, 19 de noviembre de 2013

Muros y Martillos

En medio de cierzos fríos, en la singladura de Julio Alejandro, encuentro un muro, como aquel de Roger Waters, como los que nos atenazan a diario, como la valla de África y Europa, como el mar cercarno a Lampedusa, como los vacíos y hastíos y oscuridades del otoño, como esa pared firme de corrupciones, chapapotes olvidados, televisiones absurdas y podridas, faros apagados y abandonados. Y frente a ese muro encuentro también un martillo, el que Labordeta proponía para derribarlos, un poema que es en sí mismo un pequeño martillito para guardar en nuestros cuadernos, en nuestras notas, para leerlo, releerlo y nunca dejar de pensar en tumbar los muros, para no dar la espalda a los que quedan/quedamos encerrados en ellos.

"Abiertas las ventanas.
No hay paisaje.
Un repetido muro
de sombras implacables.
Asustado pregunto:
¿Estoy mirando adentro
de mí mismo?
  ("El muro", Julio Alejandro) 

"Un martillo.
Para batir el aire
a golpes.
Ocultar el silencio
con el sonido leve de su grito
y luego abrir,
en la pared, un hueco
para mirar el final
de la intemperie."  ("Un martillo", José Antonio Labordeta)

sábado, 16 de noviembre de 2013

Ha estado todo el día lloviendo en Zaragoza. Releo a Orwell. Leo a Erice, en esa búsqueda de textos dispersos del cineasta. Vagabundeo sin salir de casa. Navego por internet. Leo aquí y allá. Envío algun correo electrónico. Recibo alguno. No me centro en nada. Leo varias cosas sobre Manolo Marinero. De Marinero a Walsh. De Walsh a Wayne. Sin rumbo fijo; por eso escribo pequeños artículos o releo párrafos y los copio o guardo, si me parecen luminosos.

... Era ese tipo de ropa que suelen llevar los vendedores de cordones de zapatos o los vagabundos. Una hora más tarde, en Lambeth, vi a un miserable que se me acercaba, pero al mirarlo más atentamente me di cuenta de que era mi propia imagen reflejada en una vitrina. En mi cara aparecía ya la suciedad. La suciedad respeta a las personas, te deja en paz cuando vas bien vestido, pero en cuanto no llevas cuello, se desparrama por todo el cuerpo.”
(de “Sin blanca en París y Londres”, George Orwell)


domingo, 10 de noviembre de 2013

Vagabundear

Vagabundear durante la semana entre libros, entre párrafos, entre poemas de Labordeta ante los naufragios de los barcos, con Andreyev y sus espectros, con Cendrars trotamundeando y Delibes en Castilla la Vieja. Gracias a las librerías de viejo y a las bibliotecas, de nuevo. ¿Qué hacer sin ellas? Nada. El ridículo. Menos mal que existen, y se va uno a la biblioteca del barrio y hojea poemas de Guinda o Sánchez-Ostiz, encuentra el guión no filmado por Erice, o los textos recopilados de Ángel Fernández-Santos, o a Orwell, sin blanca en París y Londres. Semanas así leyendo sin parar, como en los mejores viajes. Porque los libros son los mejores viajes. Libres y Libros.

"Por ejemplo, uno descubre el secreto que comporta la pobreza. De golpe uno se encuentra con que sus ingresos han quedado reducidos a seis francos diarios, pero naturalmente no se atreve a admitirlo y tiende a creer que sigue viviendo como hizo siempre. Ante todo se cae en una red de mentrias, pero ni con ellas se consigue anda. Dejas de mandar la ropa a la lavandería, te encuentras con la lavandera por la calle y te pregunta por qué; tú balbuceas algo, y la lavandera, convencida de que envías la ropa a otra parte, se convierte en enemiga tuya para el resto de tu vida. El estanquero te pregunta por qué has dejado de fumar. Hay cartas que quisieras contestar, pero no puedes porque los sellos son demasiado caros. Todos los días, a las horas de comer, uno sale de manera ostensible hacia el restaurante y se entretiene una hora en los jardines de Luxemburgo contemplando las palomas. Después llevas la comida a casa en los bolsillos. La comida se compone de pan y margarina, o pan y vino, y hasta su índole está condicionada por la mentira. Tienes que comprar pan de centeno en lugar de pan casero, porque los panecillos de centeno, aunque más caros, son redondos y caben más fácilmente en los bolsillos. ..."

(de "Sin blanca en París y Londres", George Orwell)

viernes, 1 de noviembre de 2013

Los maestros de David Trueba

Porque sólo la creación apasionada triunfa del olvido”
(Antonio Machado, “ Juan de Mairena”)



Madrid, 1987”, de David Trueba, pudo verse en Zaragoza gracias a la colaboración del Paraninfo de la Universidad en el verano de 2012. Nadie la había estrenado. Estábamos y seguimos estando metidos en una borrasca de cines cerrados, bibliotecas sin presupuesto para libros y profesores recortados. Los profesores siguen siendo nuestra esperanza y nuestra lucha en 2013 y ahora llega a las salas la que en principio pudo titularse “Almería, 1966” y finalmente ha resultado ser “Vivir es fácil con los ojos cerrados”, segunda película de una serie que Trueba define como trilogía de “personajes insignificantes en fechas no relevantes, para evidenciar mi idea de que las sociedades las cambian la gente común y no los nombres que pueblan los libros de historia”.

Un profesor de inglés encarnado por Javier Cámara emprende un viaje en su SEAT 850, en el año 1966, hacia Almería, con el deseo de conocer a John Lennon (que se encuentra allí rodando una película con Richard Lester), con cuyas canciones enseña inglés a sus alumnos. Fueron usados dos coches durante el rodaje y el de la ficción fue bautizado como "Alfredo", homenajeando al actor desaparecido: “Le puse de nombre Alfredo porque su cara me recordaba mucho a la de Landa, que murió justo al comenzar el rodaje; funcionaron de maravilla, aguantaron todo el rodaje, eran rocas y estábamos todos enamorados del coche. Fue mi idea de coche desde el principio porque lo tenía asociado a uno que tuvo uno de mis hermanos, que era idéntico, de idéntico color y que un día nos quitó definitivamente la policía en el semáforo de Cibeles, porque ya no conseguíamos pasar la ITV con él”.

Artículos de ocasión”, libro recopilatorio editado en Zaragoza por Xordica en 1998, tenía un prólogo del profesor Tomás Fidalgo que planteaba dudas sobre el futuro del entonces (y ahora) articulista, guionista, novelista y cineasta. Fidalgo era un tanto duro y su prólogo un puro delirio. Aquel libro del joven Trueba ya tenía buenos artículos como “Plácido U.S.A” o “Las cenizas de Julio Alejandro”, que apuntaban lo importante que son los compañeros de oficio, los amigos, que son maestros y convierten a un joven cineasta en lo que ha llegado a ser. Los maestros de Trueba han sido actores: “Desde mi primer guión, donde hasta tenía una escena como actor junto a Cassen, siempre he sentido veneración por ciertos actores; si algo me gusta de Cámara es que no desentonaría en una película junto a Pepe Isbert y Manolo Aleixandre”.

Se me ocurre la idea de una carrera, de un rumbo bien trenzado, desde que Trueba encadena “La silla de Fernando” (codirigida con Luis Alegre, película conversación con Fernando Fernán Gómez), la serie de televisión “¿Qué fue de Jorge Sanz ?” (quizá su mejor trabajo) y “Madrid, 1987” con Pepe Sacristán y María Valverde. Son películas realizadas con precariedad de medios, aunque con entusiasmo a raudales. Pero Trueba, a quien leo y sigo, cineasta de esos en los que busco algún tipo de humor e iluminación, me lo desmiente: “La idea de carrera es siempre un error que te lleva a autocitarte; cada paso responde más a mi propio apetito que a una idea de rumbo, que no me interesa en absoluto”.


Si ese rumbo no existe, existen esas películas, afortunadamente. Existieron Rafael Azcona, y Julio Alejandro, por ejemplo, y ellos son ahora parte de David Trueba, que así se ha convertido en una especie de árbol único y extraño; se ha convertido en un cineasta que es de Madrid, pero también de Zaragoza o de Logroño. Todos ellos están en ese viaje en SEAT 850 hacia Almería. Porque sin un Juan de Mairena, sin maestros, el arbolito difícilmente puede crecer por sí solo y convertirse en un gran roble. Un profesor nunca puede rendirse. Les necesitamos desesperadamente. El profesor que interpreta Javier Cámara, para Trueba, está inspirado en un profesor real, que existió, que sigue existiendo hoy en día, el que representa la dignidad moral, el que todos queremos encontrarnos en nuestro camino, en esta borrasca en la que vivimos. Porque somos niños que necesitamos al maestro. Y así nos quedamos, con unos versos de Julio Alejandro: “una mano de niño, se adentra, sin acucia, en la borrasca”.  

*"Los maestros de David Trueba": texto publicado en Heraldo de Aragón, Artes & Letras, página 8, 31 de Octubre de 2013