Bitácora de Sergio Casado

martes, 27 de marzo de 2012

Tardes primaverales, deliciosas, para pasear y recuperarse de la matraca de crisis, cenizos y otros especímenes que cada día truenan en radios, periódicos y televisiones. Buenas excusas son la exposición del Paraninfo de Zaragoza, con esa biblioteca en la que uno puede imaginar a los antiguos estudiantes, ahora ancianos o desaparecidos. Incunables, ilustraciones de hace siglos. Y allí cerca, una feria del libro antiguo en la que paseando encuentro un Baroja que merece la pena repescar: “Susana”. Está un poco caro pero me animo a comprarlo. El puro azar lo trae a mis manos; es una edición de Caro Raggio. Escrito con pluma o bolígrafo: Amelia. Madrid. Fin de agosto, 1976. (Miessner). Dentro lleva una marcapáginas de cartón que indica que Miessner era la librería donde lo compró, recién editado. De Miessner a Amelia y de ella a mis manos. Es una novela que había leído pero ya olvidado, escrita por un Baroja envejecido y derrotado en su exilio parisino tras el estallido de la guerra civil. Ahí esta la pérdida de la juventud, las personas que pasan fugazmente por la vida (aunque no nos lo parezca) y la imposibilidad de hacer de la vida algo seguro y armado. No es segura, no está armada y un fuerte huracán inesperado la puede derribar. Entre London, Pessoa o Baroja ando estos días, para sortear la incertidumbre cotidiana.

Ahora veía que mis intentos de dar seguridad a la existencia habían salido fallidos. No había seguridad contra el destino y contra lo determinado por las contingencias del azar. Se temían las moscas, y el peligro llegaba en un automóvil; se pensaba en la miseria, y se veía uno enfermo del tifus. No había manera de prever nada. Lo mejor era entregarse a los acontecimientos, no tomar precaución alguna”.
(de “Susana”, Pío Baroja)

miércoles, 21 de marzo de 2012

Lluvia y día oscuro, oportunidad para buscar y encontrar un rato no malgastado, no mal empleado, en un cuento de Jack London, precioso, admirable, que eclipsa otras lecturas del montón, que eclipsa estos días finales de invierno, de mediocres y mediocridades, de ratos de tedio y duda. Si leo algo y no funciona, si me distraigo, si no me interesa, si me parece que lo que leo trampea, busco los grandes nombres, y entre ellos London, y no es casual que aparezca esa luz intensa de la verdad, en la historia de un boxeador para el que no hay segunda oportunidad, con una juventud que no volverá. Tom King resistirá, peleará, se entregará hasta el final.

Pocos años antes, en los días felices de su propia imbatibilidad, Tom King se habría divertido y aburrido con estos preliminares. Pero ahora permanecía sentado, fascinado, incapaz de apartar de sus ojos la visión de la juventud. Siempre surgían estos jóvenes en el boxeo, saltando a través de las cuerdas y gritando su desafío, y siempre se hundían las viejas glorias ante ellos. Trepaban hacia el éxito sobre los cuerpos de las viejas glorias. Y seguían llegando más y más jóvenes -juventud inextingible e irresistible-, y seguían expulsando a las viejas glorias e iniciando el mismo camino descendente, mientras que, tras ellos, empujándoles eternamente, estaba la eterna juventud, los nuevos recién nacidos, que crecían llenos de codicia y empujaban a sus mayores hacia las profundidades, empujados a su vez por otros recién nacidos hasta el fin de los tiempos, la juventud que impone su voluntad y nunca morirá.”
(de “Un pedazo de carne”, Jack London)

martes, 13 de marzo de 2012

No parar ni quedarse quieto. Termino las biografías de “Magallanes” y “Fouché” de Zweig, muy entretenidas, sobre el loco portugués que quiso dar la vuelta al mundo por un paso que nadie confiaba que existiera y el ministro francés de Napoleón, revolucionario y rival de Robespierre, que supo navegar por los mares de la política y cambiar de cara y piel numerosas veces. A por otro, a por lo que sea, a leer, a escuchar el nuevo álbum de Sinéad O´Connor o bucear en la discografía de Giuliano Carmignola. A planear una cosa u otra, sin amodorrarse, levantándose, hojeando este o aquel libro, viendo o repasando una u otra película, intentando informarse, saber lo que significa realmente nuestra reforma laboral, o que pasa en la carrera electoral francesa, leyendo unos y a otros para intentar formar el criterio propio, no el criterio borrego.

Una gota de aceite no puede calmar un océano turbulento, ni una tierra del tamaño de un alfiler tener sometidas unas tierras cien mil veces más extensas. Desde un punto de vista racional, la ilimitada expansión de Portugal representaba un absurdo, una quijotada de las más peligrosas. Pero lo heroico es siempre irracional y antirracional; siempre que un hombre o un pueblo se lanzan a una empresa que rebase su propia medida, crecen también sus fuerzas hasta lo nunca imaginado.”
(de “Magallanes”, Stefan Zweig)

miércoles, 7 de marzo de 2012

Días de Marzo, de algarazos e incertidumbre. En medio de todo, afortunadamente, vuelvo a Labordeta. Me prometí a mi mismo no olvidarle, recordarle, leerle y releerle continuamente, para no perder de vista el rumbo de su barco, para tener al menos la guía del fantasma que dejó en lo escrito. Y cayó en mis manos esa recopilación titulada “Tierra sin mar”, realizada por Félix Romeo y publicada por Xordica. Es un libro que tiene en todas sus páginas presente el desencanto de un Labordeta ya envejecido, que continuamente evoca sus paraísos perdidos, que se duele de las derrotas y la melancolía, en esa “cuesta abajo imperceptible”. Pero ante todo ello no se rinde nunca, con el coraje y la dignidad por banderas. Es un libro emocionante, poético, excepcional, con una prosa que fluye verdadera. Una joya.

Los viejos depresivos siempre tenemos la esperanza de que la historia ponga de nuevo a los personajes en su sitio y podamos no dudar de que los sueños se cumplan, de que de verdad el sueño de una sociedad basada en la solidaridad , en la igualdad, en la defensa de la libertad, regrese”.
(de “Y los sueños ¿sueños son?” de José Antonio Labordeta)

lunes, 5 de marzo de 2012

Arranca Marzo y el invierno quizá se va rindiendo. Ratos de refugio con amigos, para un café, una cena o una exposición del fotógrafo finlandés Pentti Sammallahti, que se refiere a su trabajo diciendo que para hacerlo sólo necesita una cámara, un carrete y una lata de sardinas. No es mala manera de encarar un oficio. Fotos que reflejan la desolación, el misterio. Imágenes en blanco y negro que representan una manera de ver el mundo en la que el hombre apenas representa nada, en la inmensidad y en el espacio físico que compartimos. Queda, para Sammallahti, representarlo con su cámara.

Y escribo estas líneas, realmente malanotadas, no para decir esto, ni para decir nada, sino para dar un trabajo a mi distracción”.
(de “El libro del desasosiego”, Fernando Pessoa)