Bitácora de Sergio Casado

martes, 30 de agosto de 2011

El cinéfilo

Entro en el Gancho, en la calle San Pablo. Son las cinco de la tarde. Llamo al timbre y Ramón abre y me advierte que hay que entrar en un patio interior y que saldrá a esperarme. La sede de la tertulia está en un portal al lado de las bodegas. Nunca he estado. En este mundo que hemos construido de franquicias capitalistas, de monobloques de pisos idénticos unos a otros, no es fácil encontrarse con lo distinto. Suelo ser cliente de su bodega para comprar el maravilloso requemado, pero hoy las cajas de vino contienen otra cosa. Nada más entrar me enseña esa mesa de quizá siete metros de largo en la que se reúnen algunos de los cinéfilos de la ciudad, en un reducto de cultura que ya nada más entrar muestra un enorme cartel de Greta Garbo.

Pero Ramón Perdiguer va mucho más allá de la mitomanía por Garbo. De inmediato observo cientos de libros. Está escribiendo sobre Ginger Rogers, investigando en el centenario del nacimiento de la actriz. Tiene que hablar sobre ella en octubre. La máquina de escribir que usa (hay otra tapada), está rodeada de papeles. Hay varias mesas pero la mayor es de unos siete metros. Es la mesa de la tertulia. El viaje arranca y saldrán de boca de Ramón los nombres de Charlot, Gloria Swanson, Ann Sheridan, Ida Lupino, Bette Davis, John Wayne y varias decenas más. ¿Quién les recuerda hoy en día? ¿Quién piensa en ellos? En este observatorio hay una fuerte presencia del sistema estelar de Hollywood. En una antigua revista repasamos antiguas superestrellas, meteoros, estrellas emergentes... Perdiguer es también un cinéfilo astrónomo, fascinado por esas estrellas, y entre ellas, la Garbo, como no.

  • Y éste es un cartel que tiene su historia... Lo encontré en un sobre doblado y mi hermana dijo que había que enmarcarlo. Pero es que tiene una particularidad. Mira el día que se estrenó la película.
  • 1917. 17 de diciembre de 1917.
  • Pero es que en diciembre de 1917 mis abuelos vinieron a Zaragoza y abrieron la tienda.
  • Justo ese día.
  • ¡Ese día! Mi padre tenía 14 años. También era muy aficionado al cine. Y yo tardé diez años en nacer. A mi abuelo paterno no lo conocí.

Me fijo en el título de la película, era una película italiana con temática ajedrecística. De Milano Films. Leo: “Extraordinaria película de originalísimo argumento”. Ramón prosigue con su verborrea y entusiasmo, mientras yo todavía no me he recuperado del todo del calor que hay en la calle.

  • Y esa es Mary Pickford en la última película sonora que interpretó. Se llamaba “Secretos”. ¡Y yo la he llegado a ver!
  • Es que has tenido que ver todas las películas que se han hecho, Ramón.
  • Todas no.

Allí cerca hay una fotografía que muestra a Ramón con cinco años, con sus primos. Está hecha por el fotógrafo Jalón Ángel. El cinéfilo alrededor de 1932.
  • Nos llevó una hermana de mi padre, la mayor, que esa es la que me llevaba al cine, al teatro. Mi afición no era sólo al cine. También el teatro. Mi tía me llevaba barbaridad porque era un chico muy dócil que me adaptaba a todo. Y a lo mejor éstos otros eran más raros.
  • ¿El apellido de donde viene?
  • Se me ha perdido mucho eso... Quiere decir “perro perdiguero”. En Castilla es perdiguero, y en Cataluña todo lo que acaba en “er” es catalán. Y el apellido de mi abuelo paterno, el segundo, también era catalán, Prats.
  • Pero eso lo he llegado a perder, he indagado y no...

Hay, dice, siete mil revistas de cine, desde el mudo hasta la actualidad. Unos cuatro mil libros. A ver lo que se puede ver en una tarde. No mucho. Paramos en un libro y se nos va el tiempo.

  • Los libros de la Taschen son estupendos...
  • ¿Y en tus primeros años de cinéfilo ya había ese desprecio por el cine español, o por los cineastas? Hay como una corriente de desprecio a nuestros actores, a todo lo que lo rodea...
  • Eso es muy injusto. ¡Muy injusto!

Hablamos de algunos de sus amigos cinéfilos, como Pepe Laporta o Jose Luis Lopez Aragües. Apoyado en otros libros está el “Breviario” del añorado Alberto Sánchez.

Surgen más nombres: Wallace Beery, Susan Hayward y Pedro Armendáriz, Claudette Colbert y la película “Medianoche”, Johnny Weissmuller... Aparece otro libro en el que nos detenemos un buen rato, sobre los estudios Astoria de Nueva York: “The Astoria Studio and its fabulous films”, de Richard Koszarski.

  • Por cierto que la primera vez que a mí me dejaron ir al cine yo solo, después de mucho insistir, me dejaron ir a ver “Drácula”. Como debía tener ocho años, luego por la noche no podía dormir. Luego la he visto y he dicho: ¿Esto me daba miedo?

Ramón habla de su predilección por el musical, y de ahí salta a hablar de la Republik, para la que trabajó John Ford. Seguimos andando y Ramón se mueve de un lado para otro, saca otro libro del estante, coge una silla para buscar otro, mientras yo le observo sorprendido, mientras me fijo en un puzzle con el cartel cinematográfico de “El doctor Jekyll y Mr. Hyde”. Está junto a un armario en el que guarda montones de obras de teatro.

Este hombre tiene cajas y cajas llenas no de vino, sino de papeles, de información cinematográfica, teatral, cultural, que le han convertido en alguien distinto, en alguien que se sale de lo habitual. Te das la vuelta un instante y ves una fotografía del rodaje de “Tristana”. Allí están Luis Buñuel y Catherine Deneuve observándole. Al lado, Ava Gardner. Ramón Perdiguer ha viajado, ha leído, ha escapado de lo mediocre. Su curiosidad sigue intacta.

De repente han pasado más de dos horas en este universo. Antes de irme, con el tiempo que viene sacudiendo, me vuelvo e intento retener algo. Ramón sonríe, satisfecho. Y pareciera que también sonríen allí, en sus rincones, los Marx, Bogart, Hedy Lamarr, Harold Lloyd, Peter Lorre, W.C. Fields, Bette Davis o Woody Allen, entre otros. Y también la Garbo, como no.




lunes, 29 de agosto de 2011

Los que desaniman

Como no, el mismo día, las dos caras, la alegría del encuentro, la comida con J & J, la luz, la charla abierta y lúcida, limpia, con Ramón Bilbao como testigo e incitador. Luego, el tipo de personaje del desánimo, de la desilusión, permanentemente oscuro; ni desea la lucha, ni los sueños, ni la pelea.  Se esconde y no transmite.  Y además siendo capitán de barco.  De ahí, de esa gente ni se aprende, ni se saca nada en limpio. Y eso me recuerda el maravilloso párrafo que subraye y envié a D. hace unas semanas. Guerra a los que desaniman. Quizá mi párrafo favorito de lo leído este año. De “Aviraneta”, la biografía en ejemplar de Austral, naranja.

Hasta el amanecer siguió el fuego por una y otra parte.  Estando a estas horas Aviraneta tomando un poco de café, se llegó hasta él un sargento y le dijo que un comandante de artillería estaba desanimando a la gente,  diciendo que era temeraria la defensa.  Dejó el café y con una pistola en la mano subió a la azotea.

- ¿Qué hay, muchachos? -les preguntó-.  ¿Hay valor?

- Sí, señor; hasta vencer o morir.

- Cuidado con desanimarse -les dijo Aviraneta-, y si alguien habla de capitular, se le planta un tiro en la cabeza.

viernes, 26 de agosto de 2011

Aviso


Recién entrado en la piscina, nubes que tapan el sol, corrientes de aire y gente que se resiste a que se estropee el día, como si fuera un aviso de que el verano pudiera terminar en cualquier momento o bien durar unos días, unas semanas más. Nos refugiamos en el pabellón cubierto y algunos se van para casa. Llueve un rato y me siento en una escalera intentando terminar “Al caer la noche”, de David Goodis. Tengo a Baroja (“Las tragedias grotescas”) esperando y no me gusta hacerle esperar. La gente se asoma continuamente y confía en que vuelva a salir el sol. Apenas sale, pero yo me tiro a la piscina, no sea que el verano acabe de repente y yo no me entere.


- Mire -exclamó en ese momento John-. Usted es bastante inteligente. Yo estoy de un lado, usted del otro; eso está claro. Empecemos desde allí. Si quiere seguir viviendo, sólo tiene que decirme donde escondió el dinero. En tal caso le encerraremos mientras hallamos el botín y después le dejaremos ir. ¿No le parece sensato?
- Lo sería, salvo que no sé donde está el dinero. Por eso no me es posible decírselo. ¿No es sensato lo que digo?”
(de “Al caer la noche”, David Goodis)

jueves, 25 de agosto de 2011

El mar congelado

John Coetzee se pone a un lado, a otro, se queda quieto y se observa a sí mismo.   En "Verano" confronta su memoria con personajes reales o no, con perspectivas de sí mismo, del que fue, en un viene y va que son piezas tiradas en una mesa, que uno no sabe muy bien como armar.  Posiblemente la clave es que él tampoco lo sepa, ni sepa si hay algo que armar.   Yo mismo, como lector, voy y vengo varios días con este libro en la mano, sin terminarlo, sin avanzar, sin entusiasmarme, buscando algo, no sé el que, y no encontrándolo.   Desde luego el libro no me ha interesado.   Quizá es que mi perspectiva tampoco era correcta.  Seguramente.

"-¿De veras crees eso? -me preguntó-.  ¿Que los libros dan significado a nuestra vida?
- Sí -respondí-.  Un libro debería ser un hacha para romper el mar congelado en nuestro interior.  ¿Qué otra cosa debería ser?"
(de "Verano", John Coetzee)

viernes, 19 de agosto de 2011

Pleno verano

Ayer y hoy en la piscina, intentando escapar de calores que no me dejaban pensar ni calmarme.  Tanto calor puede llevar a una tormenta en la cabeza.    Y no me apetece sacar paraguas en este momento.  Mejor intentar refrescarse un poco, tumbarse en el césped, mirar una nube y volver a hojear el libro de turno.   Como "El vendedor más grande del mundo", de Og Mandino, gurú de la autoayuda y superación, como dice la cubierta del ejemplar de Grijalbo, vigésimo tercera edición de lo que parece fue un auténtico éxito.   Este libro me lleva a un recuerdo infantil, con un profesor que hablaba de Mandino y su milagroso libro.   Nunca lo leí hasta ahora, que cayó en mis manos casual y gratuitamente.  

No me interesan mucho este tipo de libros, pero éste es un caso curioso, que combina fantasías y aquelarres para levantarse de la modorra y superarse a sí mismo, con el trasfondo exótico que no me creo, pero que de vez en cuando brilla y comunica.  Es interesante, no es una pérdida de tiempo, ni mucho menos.   He marcado más de un párrafo.  Tras una prescindible presentación de personajes, el cogollo aparece en forma de pergaminos con revelaciones como ésta: "Jamás aceptaré la derrota y borraré de mi vocabulario palabras como abandono, no puedo, imposible, irrealizable, improbable, fracaso, impráctico, sin esperanzas y retirada; porque son palabras de necios.  Huiré de la desesperación, pero si esta enfermedad de la mente me atacara, seguiría trabajando en medio de la desesperación.  Trabajaré y aguantaré.  Pasaré por alto los obstáculos que se yerguen a mis pies, y mantendré los ojos fijos en las metas por encima de mi cabeza, porque sé que donde termina el árido desierto, crece la verde vegetación."

lunes, 15 de agosto de 2011

Ferragosto

Ferragosto de modorra, paellas, arena y toneladas de sol.   Gente echando la siesta mientras otros comen a las cuatro de la tarde.  Tripones paseando por la playa.  Acompañado de la relectura de Las inquietudes de Shanti Andía, estamos en pleno clímax del verano.  Un párrafo marcado:

"Uno quisiera que las personas y las cosas relacionadas con nuestros recuerdos fueran eternas; pero nuestra existencia no representa nada en la corriente tumultuosa de los acontecimientos.   Allí teníamos un amigo..., en aquel rincón fuimos felices..., nuestra felicidad o nuestra amistad tienen poca importancia."  

jueves, 11 de agosto de 2011

Por la renovación de la alegría

Por alguna razón tengo cerca las "Oraciones de Vailima".  Están ahí, en la mesa, y echo mano de ellas de vez en cuando.  En medio de la incertidumbre, arranco esta nueva bitácora con Stevenson.   Es buena compañía.    Una de mis favoritas es "Por la renovación de la alegría":

Si somos malos, Señor, ayúdanos a darnos cuenta de ello y a enmendarnos.  Si somos buenos, ayúdanos a ser mejores.  Así como envías el sol y la lluvia, envía una mirada paciente sobre tus siervos; contémplalos, fertiliza su absoluta aridez, despiértalos, reanímalos; recrea en nosotros el espíritu de servicio, el espíritu de paz.  Renueva en nosotros el sentido de la alegría.